Soy una mosca granadina y vengo para la feria de Granada, montada sobre una vaquita, más concretamente en su morro, hasta donde no llegan ni la cola ni la trompa para espantarme. Estaba pensando, cuando salió mi vaca a todo volar calle abajo, brincando como una vaca loca y yo apenas sí me podía medio agarrar; cogió por la calle corriendo y mirándose, de lado, una pata. Era que un mosco, diez veces más grande que yo la había picado: un tábano…

 

“Hola; soy una mosca granadina y vengo para la feria de Granada, montada
sobre una vaquita enrazadita en cebú, más concretamente en su morro, hasta
donde no llegan ni la cola ni la trompa para espantarme. Aquí voy desde la
finquita de uno de los noreñas en Minitas y estoy divisando el panorama que
se ve desde más arribita de La María.


A veces, para evitar las curvas del camino, vuelo a un sietecueros y cuando
aparece abajo mi vaquita, vuelo a posarme de nuevo en su lomo lleno de
gusanitos perversos.


Aquí voy mirando ya por los lados de El Zacatín, donde antes se olía el
aguardiente que a escondidas hacían y del cual el doctor Francisco Luis Jiménez
se tomó sus buenas muestras; la biruta de la carpintería del papá de el que esto escribe,  don Francisco Javier Tamayo; se escuchaba, además  a las Patecas llamar a sus marranitos, y a Estercita Botero cantar muy afinadamente, y pienso el por qué los hombres no nos aguantan y no
hacen sino renegar de nosotras como si fuéramos una plaga.


Lo que pasa es que “no nos tienen paciencia”, como dice El Chavo del Ocho” y,
además, los muy descarados utilizan nuestros nombres sin pedirnos ni permiso.
(¡Claro, como “chivean” hasta el trago, la comida y la ropa!).

Imagínense que cuando una persona es solapada, le dicen que es una mosca
muerta”; pero en cambio, cuando tienen que estar alertas, “se ponen mosca”.
Si hacen cosas sin muchas expectativas de que salgan bien, lo hacen “por si las
moscas” y cuando la persona llega en momento inoportuno, dicen que “no ha de faltar el mosco en la leche”. ¡Bueno, pues; qué se le va a hacer, así es el género humano!


Como ven, las moscas estamos en todas partes; y hasta donde mi corto cerebro
me alcanza, veo que hay clases sociales: por ejemplo hay moscas de cocina,
de letrinas, de sanitarios y en las mortecinas.


Y también hay unas que son muy pequeñitas en los camposantos y salen de
las fosas, para entrarse directamente a otras: las fosas nasales, porque qué
puntería la que tienen para meterse derechitas (¡gaaas!).


Hay otra clase de mosquitas, pero esas sí parecen, por lo delicaditas en lo que
comen, unas “mariposas vagarosas” porque, aliñadas sí que son. Parecen las
de la más alta clase social, pues sólo comen frutitas, pero que no engorden.

¡Bobas!; ¡y saber que son las más admiradas! en cambio, nosotras, las comunes,
no somos bienvenidas a ninguna fiesta (¡Qué piedra!).


En eso estaba pensando, cuando salió mi vaca a todo volar calle abajo, brincando
como una loca y yo apenas sí me podía medio agarrar; cogió por la calle de
las cooperativas corriendo y mirándose, de lado, una pata. Era que un mosco,
diez veces más grande que yo la había picado: un tábano, que entre nosotros
es conocido como Goliat, por lo grande y fuerte; pero que no nos hace nada.


Al fin, con las alitas todas maltrechas, porque el ataque fue sorpresivo, me pude
bajar en el Salón Granada. Ahí me puse a andar por la mesa donde un señor
entretenía a la gente.

El hombre apenas decía: “¿Cuánto apuestan que una mosca de esta mesa,
llegará hasta la nariz de ésta figura del billete de mil y se quedará un rato?”

¡Y yo, caí!

Ahí mismito llegué al billete y como una loca corrí a la nariz y me quedé
degustando un banquete, que además sabía a grasa y sudor humano.
¡Es que uno bien montañero y llegar donde esos “vivos” que se llenan la bolsa
de plata, no es cualquier cosa!


¿Y cómo lo hizo el ya famoso Eduardo?


Pues, cuando dijo la frase: “este billete”, se mojó con saliva la punta del dedo
y lo puso en la nariz del personaje.

Y, como antes le había untado a la nariz de Gaitán un poquito de caca o eeietda
(como dicen los costeños) y la había medio raspado, cada que la humedecía,
pues a nosotras, las moscas, nos llegaba la fragancia que tanto nos gusta a
casi todas.

Ya como burlada, pero no tanto como los apostadores, me fui para la casa del
autor de este artículo.


Allí ,el hombre que estaba escribiendo, comenzó a mirarme de reojo y me
mandaba tamaños manazos para hacerme ir y yo le insistía asentándome con
mañita en su frente (que bien grande la tiene) y cuando se daba con el cuaderno,
yo ya estaba en el techo, riendo del pobre escritor.

Ahí, con la espalda para abajo me estaba quedando dormida, cuando con
mis ocelos, vi que se acercaba con la Revista Granada, dispuesto a dejarme
estampillada. Esperé hasta el último momento y volé justo cuando lanzó su
guarapazo.


Como me gusta jugar, pues me asenté en su lámpara, luego en las porcelanas
y en la pantalla del televisor, con la seguridad que no sería tan apendejo de
quebrar todo en la casa por matar o espantar un animalito pequeño y frágil.
Pues me equivoqué: cuando menos pensé, ya venían volando velozmente hacia
mí, unos tenis, todavía con las medias dentro.Esa pecueca casi me marea, pero volé al ramo de flores que recién había comprado la señora para el altar de la Virgen.


Ahí me quedé y vi que cogía un tarro con una calavera donde se leía: Baygón.
Yo creí que se iba a echar desodorante, cuando salió fue rociando toda la pieza,
de donde salió tosiendo el pobre y yo salí detrás de él; mientras el artículo que
escribía se quedaba medio empezado.


Por la noche, volé luego a la ventana y pasó cerquitica a mí el cepillo con el que
se estaba embetunando los zapatos, el pobre, a quien se le habían quitado las
ganas de seguir escribiendo.


Bueno; de todas maneras, mi vida es muy corta y así como los seres humanos,
(los que viendo las atrocidades que cometen, me parecen “inhumanos”), buscan
prolongar su juventud y vida tomándose o untándose cuanto “menjurje” les
recetan, yo estoy en la mira de saber si eso de “moscovita” es un reconstituyente para comprarme uno o dos frasquitos en la farmacia Panacea, de Darío Aristizábal.


Porque es que necesito tiempo, pues pienso ponerme a estudiar. Ya sé que
soy familia inteligente y geométrica, pues dicen en los libros que soy un Vector, aunque al autor de este artículo no le suene ni poquito lo que se refiera a
matemáticas, física o cosas de números, fórmulas y medidas.


Estoy muy interesada en la tecnología y me pienso comprar un celular, porque
según oí decir a una vecina, parece que van a montar una empresa de telefonía
para nosotras, porque está oyendo hablar mucho de un tal “moscatel”.

Y me da rabia cuando le dicen a Betty la Fea, que es un “Moscorrofio”, queriéndole
decir que es un espantajo; porque desde mi perspectiva de mosca, hay gente
más horrible y se cree más de la “jai”.


Bueno, de todas maneras creo que me moriré de vieja, (como algunos) o por allá
contra un vidrio bregando a buscar la salida, pero voy a reproducirme bastante
para dejar descendencia que importune a los humanos, para ver quién ganará la
guerra: si ellos o nosotros  los inseptos (Perdonen pero estoy estrenando caja de dientes).

Porque, qué les parece que nos confunden con los mosquitos, que realmente
son más flacos y zancones que nosotros, o sea zancudos. Y esos sí que son
cansones, pues en la selva casi enloquecen a los turistas que resignadamente
les dicen: “piquen, piquen; pero no piten, ¿OK?”


Ahí les dejo al autor todo desencajado y bregando a cuadrar las ideas para
que pueda salir el artículo que comenzaba a escribir, que era sobre Las Ratas
y vamos a ver con la marranada que resultará. Chao.”

José Carlos

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Acumular durante años en su memoria historias, consejas, anécdotas, dichos y apodos para luego contarlas en un lenguaje sencillo, amable y humorístico fue una tarea que se impuso José Carlos Tamayo Giraldo hace más de 25 años para acrecentar el amor de sus paisanos hacia su pueblo, Granada.