Tres "casas" de corozos
Tres "Casas" de corozos.

CUARESMA, NIÑOS  Y  COROZOS AÑOS 70

El juego es el trabajo de los niños” y por ello quedan no solo en la retina sino en el alma esos momentos de jolgorio producto de competencias  como La Rueda, Al Zum zum de la Calavera; Bandera, La Chucha, La Tiene, Guerra Libertad, bolas o canicas y, por supuesto, los corozos.

Los corozos son conocidos como el fruto muy duro y pequeño de una palma, idéntico a un coco en miniatura, que, al ponerse a secar, se convierte en una canica natural con una semilla comestible dentro.

Como por arte de magia y como una promesa de Semana Santa, los graneros de don Cornelio Duque, Felipito, Ignacio Yepes, Julio Ramírez  y tiendas como la de Amadorcito se llenaban de corozos que eran vendidos por docenas y  comprados por los muchachos para jugar en calles aún sin pavimentar o en sitios de tierra como el Plan de las Madres, el predio de la escuela de niños o la del Zacatín.

Todos mis hermanos, los corozos, eran cargados en unas bolsas de tela que la mamá le hacía a su muchachito, las cuales se mostraban con orgullo, casi como un trofeo desafiante.

Uno de estos frutos nos contará su historia que es también la de los niños que disfrutaron en torno a juegos inventados con corozos.

“Soy Corocito y les cuento que, entre mis hermanos, como en algunos huevos, hay unos que traen dos comiditas o semillitas, pero también hay otros que son vanos o vacíos, como algunos seres humanos que hasta creídos son.

Les cuento que, además, servimos para jugar. para ello los muchachos o pipiolos de hace días se juntaban para jugar a “La Once”, a “Las Casas”, al “Pares y Nones”, a “La Tabla”; pero, también a tumbar Las Casas que no eran más que tres corozos juntos y uno encima, como una pirámide y a los cuales, desde cierta distancia, se les tiraba con otro y otro, y otro.

Si no tumbaban la casa, cada uno de los corozos lanzados por el apostador eran recogidos por el dueño de ellas, quien había puesto en peligro cuatro veces la cantidad de lo que el que el otro lanzaba o apostaba. No era tan fácil, pues la distancia desde donde se tiraba a tumbar la casa era de no menos de dos o tres metros, por lo cual se confiaba en que mi amigo, el corozo, llegara con efecto a la pared (si la había), para que, por geometría y de rebote, tumbara la casa que se veía tan apetitosa y fácil de llevar.

Ahora, con otros de mis amigos corozos, nos llevan a jugar a LA ONCE:

Cinco pelaos o muchachos (podían ser menos) se juntaban para jugar a La Once: Cada uno apostaba o ponía dos casas (8 corozos); así pues que, en sus aún pequeñísimas manos en cada tiro, el niño debía sostener cuarenta (40) corozos para dosificarlos en las cinco huecas o pequeños hundimientos en el suelo hechos con el jarrete o talón y  que, contadas en el sentido del reloj  valía  1.. 2.. 3… 4, y la del centro, valía cinco. Había que actuar con mucho cuidado para no elevarse, y comenzar a sumar puntos.

Se escuchaba entonces el SIETE PA’ CUATRO, TRES PA’ OCHO, lo que equivalía a que para el siguiente lanzamiento le faltara hacer cuatro puntos al primero y ocho puntos al segundo; pero el más difícil por lo arriesgado era el DIEZ PA’ UNO” porque había que tirar todos los 40 corozos para que sólo uno  saliera disparado y se metiera en la hueca número uno (1)  para así  completar la once! ¡El que primero llegaba, se quedaba con todos los corozos!

¡Pero, cuidado!

Los jugadores debían de estar muy alerta porque por ahí venían los alzadores de corozos que eran como piratas. Ellos caían como hienas y se recogían todos los corozos, dejando a los jugadores viendo un chispero, como efectivamente sucedió a los cinco apostadores del relato. (Menos mal que solo se alzaron ese plante y quedó un poquito para encabarse en otro juego y en algún otro sector).

Las campanas del templo ya no sonaban y solo se escuchaban las tenebrosas matracas; Cristo sufría desde el jueves; pero los niños también sufrían: lo uno, por el temor a la juetera o cueriza que les darían si descubrían que no fueron a la procesión de la Sentencia y lo otro, por la pérdida inesperada y abusiva de los corozos.

 A la Tabla:  Era una pequeña tabla horizontal a la que le habían hecho, a ras de piso, unas aberturas, por donde debían de pasar uno a uno mis amigos corozos, lanzados desde una distancia prudencialmente pactada.

Las aberturas o huecos eran numerados y a medida que crecía el número, se hacían más estrechas para que hubiera un mayor grado de dificultad, porque al dueño del corozo que lograra pasar  debían de pagarle la cantidad por el número que había sobre la abertura, que bien podría ser cinco, seis, hasta 10.

¿Pares o nones?

Mas, si no le quedaron suficientes corozos para jugar a la once, entonces un niño podía empuñar una indeterminada cantidad de corozos y pedirle a otro: ¿Pares o nones?

 Si el otro pedía “pares” y contados los corozos empuñados daba un número impar, era el ganador y recibía la cantidad que tenía en la mano; pero, si era al contrario, pues, a berriar mijo y pa ’la casa todo rabón a recibir la pensada y merecida  pela.

Llegó el domingo de Resurrección… La procesión pasaba al compás del sonido de las piedras que utilizaban para machucar los corozos y sacarles las comiditas…

Y ahora, a esperar la próxima Semana Santa que quizá ya no podrán jugar, porque ya estarán de pantalón largo y entrarán a escondidas a ver jugar billar al Salón Granada de don José Güete; pero, sería otro día que no fuera JUEVES  O VIERNES SANTO, porque en esos días los billares eran tapados con carpas para que no hubiera jugadores.

Glosario:

-Pipiolos: Preadolescentes, muy jóvenes.  

-Viendo un chispero: Asustado; trastornado momentáneamente.

-Encabarse: Resucitar en el juego.

-Matraca:-Un instrumento de percusión que se toca haciendo girar un tablero de madera con martilletes o aros metálicos móviles y que reemplaza por un tiempo a las campanas en la Semana Santa. 

-Juetera, pela o cueriza:  Castigo con un fuete.

-A berriar: A llorar desconsoladamente.  

-Elevarse: Pasarse del puntaje requerido lo que lo hacía salirse del juego o “revivir” volviendo a poner los corozos exigidos. 

-Rabón: Enojón, furioso, rabioso.

-Machucar: Machacar.

José Carlos

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Acumular durante años en su memoria historias, consejas, anécdotas, dichos y apodos para luego contarlas en un lenguaje sencillo, amable y humorístico fue una tarea que se impuso José Carlos Tamayo Giraldo hace más de 25 años para acrecentar el amor de sus paisanos hacia su pueblo, Granada.