ENTRE SULTANAS, JARABES Y SUPERCOCOS

(Lectura: 3 minutos y medio)

Hace ya tiempo que no comía las galletas Sultanas; pero hace poco lo hice y realmente fue un volver al pasado o un TBT como dicen hoy:

Porque, la costumbre de las mamás de uno era visitar a las familiares o vecinas que hubieran tenido bebés; y como no había con quién dejarnos en la casa, entonces tenían que alzar con nosotros, para hacer las visitas.

Inmediatamente llegábamos a la casa de la parturienta, nos recibía un olor a pura gallina culeca, a alcohol y a una atmósfera pesada de olores indefinibles que habían dejado todas las gallinas que la señora se había comido durante  la dieta.

Pero, ese mal ambiente se esfumaba cuando de un aparadorcito de la sala, una cuñada de la señora agarraba una botella de vino Blanco Manzanilla, lo servía en copas y alrededor del plato ponía las deliciosas galletas Sultanas.

¡Qué delicia!  La misma que sentí hoy, ya mayorcito, cuando le mandé tamaño mordisco a esa sabrosura de galleta Sultana. Únicamente que no pude hacerlo con el ya desaparecido vino Manzanilla, sino que lo hice con un Moscatel.

Los Supercocos:

Cómo no referirme también a los turrones Supercocos en su envoltura verde, con una palmita dibujada y en cuyo interior estaba la forma más deliciosa de presentar el coco: con dulce, lechita y una fórmula especial que muchos han querido imitar. Lo que sí es seguro es que no nos pueden engañar con supercocos chiviaos porque hacerlo es todo un sacrilegio. Por más que traten de hacerlos como los originales, siempre les quedarán más blanditos o duros; más melcochudos, menos dulces; mejor dicho, siempre serán peores que los originales, que siguen sabiendo a lo que hace años: ¡al cielo!

Y ya que me metí en esto del mecato, no puedo dejar de mencionar esos deliciosos confiticos que parecían baldosines pequeñitos y amarillos; me refiero a los confites de mantequilla.

Recuerdo que mientras mí amigo Hernán Gómez (Chulo Bravo) y yo estudiábamos para los exámenes finales; cierto día   no me contestaba las preguntas del largo cuestionario que le hacía. Al mirarlo, ya estaba todo morado, porque uno de los confites con forma de mora se le había atravesado y sólo pudo balbucirme: “¡Carlos; me estoy ahogando!”.

Sin pensarlo dos veces, lo encendí a golpes en la espalda hasta que botó el susodicho confitico. Lo malo es que aún no se repone de la columna vertebral que casi le rompo al quererle salvar la vida, hace por allá unos treinta y cinco años.

Hace ya tiempo que en nuestra mente, y en el paladar, permanecen los sabores inmutables de las chocolatinas Jet pequeñas (con sus figuritas coleccionables);  los cigarrillos de azúcar con su filtro pintado, las estatuitas quebradizas de azúcar con miel por dentro; el cofio, galletas de soda,  el Vinol y los bizcochos que se absorbían todo el chocolate de la taza; las cañas, rollos y  panquesos;  gelatinas, caramelos, Frunas, minisigüí, borrachos, empanadas y bizcochuelos; suspiros, cocadas, galletas rosadas; ponqués,  colaciones con comidita de corozo por dentro; los recortes de parva y de hostias; crispetas grandes de maíz,); masmelos,  buñuelitos,  bollitos de rata y las famosas cucas.

Pero si el presupuesto no alcanzaba (¡casi nunca alcanzaba!), entonces se llevaba a la escuela un pedazo de panela y una pastilla de chocolate, las cuales ruñíamos a escondidas para que la maestra no se fuera a dar cuenta.

Si después de comer todo esto resultaba con dolor de estómago, pues ahí estaba el jarabe Pipelón (El amigo del niño flaco y barrigón) o la Sal Vida Líster: “Porque no es el corazón el que regula el amor, sino el hígado; por lo tanto, que un hígado aliviado, es amor asegurado”, decía su propaganda.

Ahora bien, si se había serenado mucho y había recibido vientos encontraos, para evitar la tos debía tomar el Pectoral Galia, ese jarabe promovido en el programa Guasquilandia de José Nicholls Vallejo, por La Voz de las Américas.

Todo ello bajo la mirada vigilante del papá que, a la sazón, fumaba cigarrillos Pielroja (Su fama vuela de boca en boca”), Dandy, Cruz 114, Nevado y el famoso cigarrillo Victoria.

Ñapa:

Pero de los mecatos y panaderías también hay historias y esta es la del esposo tacaño que al pasar con su esposa por una panadería, ella dice emocionada:

– ¡Mmmmm, amor!… ¡Esos pasteles huelen taaaan deliciosos!

Y el marido, muy complaciente  le dice cariñosamente:

– ¡Ah! ¡Pues si quiere volvemos a pasar, mijita!

Otro hubiera sido el final si hubiera ido con la novia. 

Entonces, para cerrar, como diría nuestro insigne escritor granadino Enrique Pérez Rivas: “¡Qué tiempos aquellos, madre!”

Glosario:

-Culeca: Gallina clueca que está empollando los huevos.

-Aparadorcito: mueble que se pone junto a la mesa y que contiene lo necesario para servir la comida, además de mecato. También se refiere a un mueble esquinero alto.

-Mandé: Le di, le pegué…

-Chiviaos: Imitados, sin llegar a ser nunca el original.

-Mecato: pasabocas que se comen a cualquier hora del día, solo por el simple hecho de sentir hambre. El mecato está compuesto por alguna comida chatarra -alimentos con altos niveles de grasas, sal, azúcares y condimentos-

-Comidita: Semilla del corozo

-Ruñíamos: Raíamos con los dientes. Quitar poco a poco con los dientes.

-Encontraos: vientos contrarios.

-Ñapa: Encima o porción extra que se da como obsequio. 

Medellín, 27 de febrero de 2002.

José Carlos

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Acumular durante años en su memoria historias, consejas, anécdotas, dichos y apodos para luego contarlas en un lenguaje sencillo, amable y humorístico fue una tarea que se impuso José Carlos Tamayo Giraldo hace más de 25 años para acrecentar el amor de sus paisanos hacia su pueblo, Granada.