CÓMO CASARSE EN GRANADA DE LOS AÑOS 70’S

CÓMO CASARSE EN GRANADA DE LOS AÑOS 70’S

Hacía ya un año que Efigenia(1) y Lorenzo  se habían cuadrado de novios, y el muchacho era muy bienvenido por los padres de la chica ya que venía de buena ralea o raza.
– Ese parece que es buen hijo y además muy acondutado, pensaban los padres de la novia y, lo mismo, obviamente, los de él.


Los novios no se habían podido besar al menos en público y ni pensarlo siquiera tocarse un dedo o tomarse de la mano en todo ese tiempo, porque Manolo y Ester, los suegros, tenían la certeza de que “la que da un beso, da de eso” y por eso, la visita a la novia era, literalmente, una eterna entrevista de los papás, cuñaditos y hasta del loro, la mascota de Efigenia, quienes le preguntaban sobre si tenía buenas intenciones con la hija o si la pensaba envejecer para después cambiarla por otra más apetecida, como había pasado con otras pobres muchachas que botaron la juventud esperando a un indeciso. Eso, literalmente era jalarle la ruana al novio o acoso, como dirían hoy.


Por eso, porque las hormonas y feromonas pedían a gritos lo que los entrometidos suegros y cuñaditos impedían realizar, habían decidido casarse para dar rienda suelta a las reprimidas muestras de amor… y a sus planes de mutua felicidad.

Las vísperas:

La cita para encontrarse en la amplia casa era a las siete de la noche, después de misa; allí se mezclarían familiares, amigos, invitados y pegajosos para despedir de su soltería a los novios, desearles lo mejor y, especialmente, beber gratis el Ron Antioquia, el guaro y fumar los cigarrillos Pielroja para los hombres y los Hidalgo y President con filtro, para las mujeres.


La música de baile de Guillermo Buitrago y sus Muchachos y de Los Hispanos, se abría paso en medio del espeso humo cargado de nicotina, y de los niños que, afortunadamente estorbaban, lo que disimulaba a quienes simplemente brincaban incluso bailando al ritmo de los Paseadítos.


Para los niños, primitos entre sí la gran mayoría, la degustación eran las galletas Sultanas, los Supercoco y unos cigarrillos blancos dulces con filtro pintado que, simulando fumar, los hacía sentirse mayorcitos. (Y María boba, ahí).


Entre tanto, la novia saludaba a los asistentes con una pañueleta puesta en la cabeza ocultando los marrones o rollitos de cabello que al amanecer se soltarían para formar triznejas o crespos primorosos.


Es que no hay novia fea, como dicen por ahí; pero parece que sí la hay, porque en una boda, un hombre le dijo a quien estaba a su lado:


– ¡Mira que es bien fea la novia!
– Pero ¿Cómo se atreve a decirle fea? ¡Ella es mi hija!
– Perdone, señor; pero no sabía que usted tan bigotudo y varonil fuera el padre.
– ¡Soy su madre, idiota!


El novio, ya copetón por el trago que le ofrecían los invitados, comenzó a abrazar a los amigos y a entablar conversación con sus suegros, quienes con cara de tristeza, le decían la falta que les iba a hacer la muchacha que tanto les ayudaba a criar a los hermanitos; –pero ya Ester Judit está creciendo y puede seguir lo que va a dejar empezado Efigenia- – le dijeron, resignados.


Muy disimuladamente, a las 11 de la noche, la novia desapareció del escenario tras unas cortinas desde donde su mamá, preocupada, hacía rato le estaba haciendo señas para que se entrara, no fuera que amaneciera con los ojos encapotaos.

La boda:

A las 7 de la mañana, entraron los novios al templo de abajo o Iglesia Filial y detrás, las muy bien vestidas parejas de familiares, los padrinos de boda y el fotógrafo Olivego, para tomar algunas vistas del gran acontecimiento que se realizaría. (Y María boba, ahí).


El sacerdote les advertía sobre las responsabilidades de ser casados y la importancia del respeto y la ayuda mutua y la procreación de sus hijos; posteriormente, pronunció la lapidaria frase Ya sois esposos para siempre, que sonaba, más que como una condena que empezaba a ejecutoriarse a partir de ese momento, como una proclama poética. Los novios, como idos de este mundo y sonrientes, se besaron para sellar ese pacto de entrega mutua, mientras Manolo limpiaba con la manga de su camisa una lágrima que se le escapaba rumbo a la nariz. (Y María boba, ahí).
Pausa.
A propósito de novias ansiosas esperando una propuesta matrimonial, estaban conversando dos amigas:


– Ay, mija; imagináte pues, que luego de seis años de noviazgo, mi novio por fin me habló de matrimonio.
– ¿Y qué te dijo?
– ¡Que es casado y que tiene dos hijos!


El desayuno:


La cita a las 8 de la mañana después de la misa, era en el hotel de Sarita o la Pensión Granada* impregnada de un delicioso olor a comida sudada y cacao.


Por el patio interior, los invitados empezaron a subir al segundo piso y a sentarse en los taburetes diseminados por el comedor y los entablados corredores que daban vuelta total al patio central presidido por la imagen de la virgen. (Y María boba, ahí).

Sonaba la madera con el peso de la gente que caminaba mientras los cubiertos chocaban con los platos de Pedernal Corona donde se servía el siguiente menú:


Un plato lleno de caldo amarillo coloreado con azafrán donde flotaba el colesterol convertido en manchas grandes transparentes, como si algún oleoducto de aceite se estuviera regando en la cocina; y en el fondo, reposaban una rodaja de carne con tocinito embutido, denominada carne de muchacho comprada donde Ramón Conejo, y una papa grande caiceda arenosita que le habían comprado a don Teodoso Duque.

Al lado, reposaban una crujiente arepa de mote, un pan y una gran tazada de chocolate caliente, espumoso y tan espeso que dejaba las marcas en los labios de los ansiosos comensales.


Pero no todo era dicha: para la gran mayoría de los invitados, poco acostumbrados a la etiqueta, era tan complicado como si en la actualidad alguno de nosotros estuviera comiendo en uno de los mejores restaurantes de Colombia o, incluso, de Dubái con todo lo que implica ir a estos sitios.


En esas bodas y época, la comida se convertía en un suplicio pues implicaba cambiar o disimular muchas costumbres ancestrales y aprender unas nuevas normas como tratar de hacer silencio, no fumar, no eructar, no sonarse la nariz ni estornudar en público.


Pero lo más aterrador era aprender a coger el cuchillo y el tenedor para trinchar; y, para no dar lora o no hacer el ridículo, esperar pacientemente a que los de más experiencia comenzaran a degustar esa deliciosa combinación de caldo amarillo, que designó una época llena de magia y sabores, donde a los noviazgos demasiado prolongados o Bombril, simplemente se les apuraba preguntándoles: – ¿Cuándo van a invitar pues a tomar caldito amarillo?-¡Y María boba, ya no estaría más allí!


Porque, a pesar de tantos matrimonios, vestida de blanco y con su yugo, la novia más casada de Granada, murió sola y soltera.

Granada, 3 de marzo de 2000

Glosario:
(1) Todos los nombres de este relato a excepción de María Boba, son ficticios, aunque muy usados por la época descrita.
*Pensión Granada: En la esquina del parque principal. Hoy funciona la Corporación Granada Siempre Nuestra.
-Caldito amarillo: Caldo con azafrán y con mucho aceite que se servía en la celebración de las bodas.
-Aconduta’o: Bien manejado, decente.
-Jalarle la ruana: Cuando un noviazgo se estaba demorando mucho, el papá de la novia le halaba la ruana a su yerno para preguntarle que qué pensaba con su hija y que cuándo era el matrimonio o,  sea, la tomada de caldito amarillo.
-Guaro: Aguardiente de anís.
-Paseaditos: Ritmo bailable parecido al merengue, pero más lento.

-Copetón: Medio ebrio. 

-Dar lora: Hacer el ridículo.

-Supercocos: Delicioso dulce a base de coco para masticar.
-Pañueleta: Pañoleta para usar en la cabeza.
-Ojos encapotaos: Ojos muy hinchados y cansados a causa del trasnocho.
Azafrán: Condimento de color naranja que, unido al agua, da el caldito amarillo.
-Carne de muchacho: Carne especial para rellenar y luego de cocida, se parte en rodajas para echarlas al caldito amarillo.
-Caiceda: Variedad de papa muy especial reemplazada ahora por la Capira.
Arepa de mote: Arepa de maíz que es pelado con cal o con ceniza.

-Bombril: Esponjilla de acero muy duradera, para la cocina. 

José Carlos

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Acumular durante años en su memoria historias, consejas, anécdotas, dichos y apodos para luego contarlas en un lenguaje sencillo, amable y humorístico fue una tarea que se impuso José Carlos Tamayo Giraldo hace más de 25 años para acrecentar el amor de sus paisanos hacia su pueblo, Granada.