UNA HISTORIA CON MUCHAS SACUDIDAS
CERDITA, LA ALCANCÍA
Yo soy una marranita hecha del mismo material que las tejas y me hicieron en el morrito una rendijita para echarme las monedas una a una. Parece, por lo escuchado, que mi destino, como el de los cerditos de verdad, se definirá en diciembre: Todo un diciembre negro para nosotros…

UNA HISTORIA CON MUCHAS SACUDIDAS
Hola, soy Cerdita la Alcancía y mi nombre viene del árabe al-kanzíyya y aunque no soy una unidad de medida como el también árabe almúd, sí soy importante por mi volumen, como veremos más adelante.
La versión más sencilla de mis antepasados en esta región está en el campo, donde, simplemente, cortaban una guadua de la que se escogía un trocito entre nudo y nudo o cañuto. Ese cilindro se ponía a secar durante varios días para que no se mogosiaran las monedas que por una ranurita meterían cada 8 días, como remanente obligatorio que hacían sobrar del mercado. Ese dinero tenía como destino comprar en diciembre la percha o ropa nueva para los hijos.
Sigo pues, contándoles: Yo soy una marranita hecha del mismo material que las tejas y me hicieron en el morrito una rendijita para echarme las monedas una a una. Parece, por lo escuchado, que mi destino, como el de los cerditos de verdad, se definirá en diciembre: Todo un diciembre negro para nosotros.
El que esto escribe, con el que charlo a menudo, me contaba que conoció unas alcancías de metal que daban en la Caja Agraria, pero sin la llave, para evitar que las saqueara el mismo dueño. Si quería saber cuánto tenía, debía de llevarla a dicho establecimiento. Dice que también las conoció cuadradas, en forma de casita roja, Carrielito y otras como yo que como si fueran cerditos vivos o de verdad se llenaban no de aguamasa y salvado, sino de monedas y pocos billetes.
No sé qué estará tomando o fumando ese tipo, pero eso de hablar con una alcancía no es muy normal, aunque a mí me saca de esa rutina tan aburridora de esperar quién embuta una moneda por mi lomito.
También me contó que en las carreteras el fogonero o ayudante del carro de pasajeros, recogía la ofrenda voluntaria porque ya iban a llegar al monumento de la Virgen del Carmen de la que son muy devotos los conductores, así los pasajeros tuvieran otras devociones.
Y dizque que en los templos también hay presencia de las alcancías, unas más exitosas que otras según al santo que representaran.
Que hay unas, aunque en peligro de extinción, que eran velitas planas delgaditas como rebanada de plátano maduro que el fiel debía de encender por cada monedita depositada en la alcancía. Como la candela siempre ha llamado la atención no solo de las polillas sino también de los niños, eran un peligro para ellos, pero además por los incendios que provocaron, se tuvieron que modernizar con unas alcancías que cada que se les mete una moneda, encienden una velita eléctrica durante un tiempo determinado.
Es lo que debiera de suceder normalmente, hasta que sus nietos les echaban las monedas en plena Misa y se quedaban esperando a que la luz agradecida apareciera, pero nada. Hasta en esta máquina se dieron cuenta que no serán muy afortunados en los juegos de maquinitas (Y hasta mejor que vayan degustando la frustración que viene después de la adrenalina).
Me dijo que en algunos negocios, cerca de las cajas de pago, hay unas alcancías transparentes pequeñas donde se ven algunas monedas y unos cuantos billetes como propinas por la buena atención.
Me contó que otra muy importante y recatada es una alcancía como un cilindro blanquito y con una cruz roja para sacarla el Día de la Banderita para apoyar a esta institución que tanto bien hace en todo tiempo.
Después de la última charla que pegamos, esperaba llegar mi dueño como siempre cantando una canción de Juan Arvizu, que decía: “…Hay que guardar, eso conviene, porque el que guarda siempre tiene…. Pero, quien llegaría sería su hijo mayor todo trabado y con crisis de ansiedad. De pronto comencé a sentir que por la hendidura por donde esperaba depositara monedas, comenzó fue a entrar un alambre la cosa más miedosa. Yo como no podía moverme, sentí que ese alambre buscaba de afán en mi barriguita y que el intruso miraba para todos lados, muy nervioso. De mi pancita al fin salió algo después de aguantar volteretas, sacudidas, palmadas, golpecitos secos y madrazos del muy frustrado ladrón que quería dejarme lleno, pero de aire, lo que no pudo lograr en su momento.
Afuera algo estaba sucediendo y era que en mi calle había un retén de jóvenes hecho con un lazo atravesado de acera a acera para recoger fondos para comprar la pólvora del muñeco de Año Viejo ¿y saben en dónde la echaban? Pues en una alcancía. Esa bulla, la música de Rodolfo, Gustavo Quintero y Gabriel Romero me hicieron recordar que mi fin estaba cerca.
Unos días después, sin miramientos, con un martillo mi dueño me despaturró y emocionado comenzó a contar lo que tenía en mi interior. Su cara no tenía el mejor aspecto porque cuando comenzó a hacer el inventario de mis vísceras, además del reducido contenido, encontró botones, arandelas y hasta medallitas, unas para la buena suerte y otras, para no se sabe qué. De todas maneras, el daño estaba hecho y yo ya no volvería a ser la misma.
El destino de las alcancías hoy es incierto, porque las monedas escasean pues los pagos con tarjeta se dan exactos y no hay posibilidad de recibir “menuda” y parece que a la Misa, según lo que muestra el Cepillo, solo van los billetes de 2.000, porque los de 10, 20 y 50 mil parece que fueran ateos, porque no se ven por ninguna parte.

José Carlos
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