
…Y aunque parece que siempre chillo ¡miau!, realmente soy capaz de vocalizar en torno a cien sonidos diferentes, mientras que los perros, mis odiosos y mimados vecinos, tienen sólo diez tonitos ridículos. ¡Guau! Para comprobar mis hermosas tonalidades, no es sino que lo digan los vecinos del autor, que me tiran zapatos cuando estoy en celo porque comienzo a maullar como un niño chiquito, llamando a mi gata preferida… Si los humanos tienen su “viejo” que duró dizque más de 969 años, el más viejo de nosotros vivió 34 años y por eso lo llamamos Gatusalén…
CONGOLO: EL MARRULLERO GATO PAISA
No voy a hablar con Mambrú, Michín, Mirringo-Mirronga, Gato con Botas, Tom, los Thundercats, Gatubela ni ninguno de los famosos de los cuentos y de la pantalla del cine.
Tampoco voy a hablar de los gatos egipcios, por quienes había un gran fervor religioso, pues a algunos de sus dioses se les llegó a representar con facciones gatunas, ya fueran estas en el cuerpo o cabeza.
Hoy voy a hablar, ficticiamente con Congolo, un gatico criollo, común y corriente, de esos que se suben a los aleros de las casas a ronronear al calor de las tejas, y a mirar pasar lentamente la vida.
-Contános, Congolo, de tus andanzas de juventud y costumbres, tus cacerías, tus amores, desamores. –
-Me resultó como algo chismoso este Chepe. Comienzo por decirles, que nací en Granada por allá en el cielo raso de la casa de Dolores Duque -cerca de la calle del Zacatín-, escondido de los curiosos tamayitos que querían saber si yo era machito, para cuidarme; o si era gata, para regalarme lo más pronto posible. ¡Qué discriminación con las féminas!
Ahí estuve hasta muy joven, jugando con las medias y enredando los hilos de las Patecas, mientras mis papás me enseñaban todas las artimañas para cazar pájaros y, especialmente ratones que nos gustan mucho.
-Aprenda mijo; porque, como vemos, no van a alimentarlo con atún o con carnita, porque usted es un gato pobre y se tiene que rebuscar. –Me advirtieron-
Sé, por el autor, que mis antepasados ronronean y se están asoleando por esta tierra desde hace millones de años, por la tarde y como ellos, soy capaz de dormir hasta 19 horas en un día, lo que equivale a decir que sólo estoy despierto unas cinco horas jugando, rascándome el espinazo contra los muebles, cazando y maullando como si estuviera en un machucadero de carne.
Y aunque parece que siempre chillo ¡miau!, realmente soy capaz de vocalizar en torno a cien sonidos diferentes, mientras que los perros, mis odiosos y mimados vecinos, tienen sólo diez tonitos ridículos. ¡Guau!
¡Para comprobar mis hermosas tonalidades, no es sino que lo digan los vecinos del autor, que me tiran zapatos cuando estoy en celo porque comienzo a maullar como un niño chiquito, llamando a mi gata preferida!
Tengo 40 huesos más que el hombre, repartidos entre la columna y la cola principalmente, lo que me da una flexibilidad excepcional. Tanta, que soy capaz de estirar mi esbelta figura hasta un 11% más y pegarme unos saltos de hasta cinco veces la longitud de mi cuerpo, lo que, en el equivalente humano, es como cruzar de un salto el ancho de una piscina mediana.
Además, puedo saltar hasta siete veces mi estatura; lo que en un hombre normal equivale a saltar 11 metros o un edificio de cuatro pisos para, caer suavemente, como en un copo de algodón y seguir caminando como si nada.
Le cuento, que, si me caigo o me lanzan desde un séptimo piso, tengo menos posibilidades de sobrevivir que si cayera desde el piso número veinte, porque tardo, en la caída, unos ocho pisos para considerar lo que ocurre, relajarme y corregir mi postura para caer sobre mis patitas y no sobre mi espalda; como casi siempre me pasa, porque hay gente que cree que me pueden lanzar desde cualquier parte y que no me pasa nada dizque porque siempre caigo parado en mis paticas.
Además, dicen que tenemos siete vidas, pero con tanta tiradera para arriba, con una sola es suficiente para sufrir en esta perra vida que nos toca llevar a algunos.
En la Edad Media, a los gatos nos asociaban con la brujería, y, lo más increíble, es que, aún ahora, cuando mis paisanos ven a un gato negro por La Variante, bregan a no mirarlo, que porque les trae mala suerte… y la mala suerte es para nosotros, que tenemos que correr para evitar los chancletazos y pedradas que nos lanzan llenos de odio y temor.
Si los humanos tienen su “viejo” que duró dizque más de 969 años, el más viejo de nosotros vivió 34 años y por eso lo llamamos Gatusalén.
Aunque, normalmente, nos dedicamos a cazar ratones, ha habido durante la historia, algunos gatos privilegiados, que les ha tocado muy fácil todo. Tanto, que hasta se les ha olvidado ser gatos y se ven como si hubieran salido del clóset recientemente; todos marrulleros y falderos como los orgullosos y ostentosos gatos Angora. Algunos de ellos, muy privilegiados, fueron los del presidente de Estados Unidos Abraham Lincoln quien tuvo cuatro gatos durante su estancia en la Casa Blanca.
Claro que, también, hay gente que nos odia, como por ejemplo Napoleón; un guerrero que dominó medio mundo, a quien le aterrorizaba ver gatos. (Algún defectico debía tener ese Napo, que poco tenía de león, según parece).
Tengo un gran sentido de la orientación. Con decirles que muchos de los de mi especie han recorrido cientos de kilómetros para volver a su territorio para reunirse con sus dueños tras una mudanza o cambio de casa, aun cuando ellos no hayan estado ahí nunca.
Conocedor de esta virtud que tenemos, un tipo le contaba a otro:
-Qué le parece que una vez me fui a regalar un gato no muy fino y llegué con él al barrio Castilla; pero, cuando volví a mi casa, ya el gato estaba allá. –
-Lo regalé en Bello y ahí sí que menos; porque cuando volví a la casa, el gato me abrió la puerta. –
-Después lo llevé a Itagüí, a Belén, al Poblado, con los mismos resultados: ¡siempre volvía a la casa!
Pensó seriamente cómo deshacerse del minino y se dijo:
-Voy a regalarlo en el barrio Laureles, donde las direcciones están llenas de circulares, parques, transversales, calles. De allá no será capaz de devolverse. –
– ¿Y cómo te fue? – Le preguntó el amigo
¡Que, si no es por el gato, no hubiera sido capaz de salir de allá! – Le respondió el interlocutor.
Para que vean que nosotros también tenemos ganadores que puedan figurar en el libro Guinness récords, les cuento que tuvimos a una súper campeona en el arte de coger ratones: Towser, una gatita, que, a la edad de 24 años, cuando murió, ya había atrapado un total de 28,899 ratones, o sea, un promedio de 3 ratones al día.
Pa `mejor decirles, el Flautista de Hamelin, que detrás de su música se llevó a todos los ratones de un pueblo para ahogarlos, le quedó pendejo a esta gatita que, sola, sin flauta ni nada, despachó pa` la otra vida a casi treinta mil roedores.
Y ya voy a despedirme, hombre Chepe; porque acabó de pasar una gatica que me tiene turulato, con una alzadita de cola que me enloquece. Y estoy nervioso, porque sé que, cuando la suelte después de…; aunque termine muy cansado, voy a tener que correr a toda velocidad por todos los tejados de la cuadra, ya que, si me alcanza, será capaz de matarme, toda ofendida que porque le mancillé el honor. Y yo, emocionado, no le he visto el tal honor a la fiera gata; porque, además, no sé qué será eso tan raro. Por si me alcanza y no me vuelven a ver, ahí les dejo mi saludo: ¡Miáaaaau!


José Carlos
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Acumular durante años en su memoria historias, consejas, anécdotas, dichos y apodos para luego contarlas en un lenguaje sencillo, amable y humorístico fue una tarea que se impuso José Carlos Tamayo Giraldo hace más de 25 años para acrecentar el amor de sus paisanos hacia su pueblo, Granada.