– Vea, hombre; para ese orzuelo, úntese saliva en el dedo índice de la mano contraria al lado del orzuelo y por detrás de la cabeza, bajando el codo hacia el suelo, logre frotarse la hinchazón varias veces. Debe pensar en botarlo. O también le sirve ponerse Cariaña en el ombligo… -¿En el ombligo? ¿Y eso qué tiene que ver con mi ojo? – respondió mi víctima…

El Molesto Orzuelo Paisa

Un día, de madrugada, me asomé inicialmente a poquitos, a ver el mundo desde esta altura. Mi nacimiento, como el de los primeros dientes, causó una seria rasquiña que hacía que mi pobre víctima tuviera que frotar su párpado, lo que lograban los microbios para hacerse de mi lado e importunarlo aún más. Al ratico, debido a la hinchazón que le estaba produciendo mi llegada al mundo, ya mi dueño miraba como debajo de un barranco, porque había nacido yo: Orz, el Orzuelo.

Salió a la calle y comenzó a notar que en el transporte público lo miraban con curiosidad y disimuladamente se iban alejando y desviando su cara, como si hubieran visto a Mandíbula o a un leproso.

Llegó al trabajo, ya más en confianza, y la primera que “llevó del bulto” fue su hombría, pues burlonamente, sus amigos le dijeron:

-¡Pero, qué mujer para pegarle duro! – -¡Y quien la ve tan mansita!- – ¿Y usted

no se defendió?-

El, por disimular la charla les contestó: -¿Y ustedes ya vieron cómo quedó ella?-

Comenzó la gente, con la mejor buena intención y pesar a sugerirle una cantidad de fórmulas, con las que, al fin de cuentas, mi pobre dueño entendió que sólo él desconocía el remedio contra mí, pues todos resultaron médicos gratuitos y poseedores de “el mejor remedio” para ese mal, que según parece, soy yo.

– Hágase unos pañitos de agua caliente, para que le madure- (¡como si ya no

estuviera rojo como un ají pajarito!).

-¿Ya se pasó por ese orzuelo un huevo recién puesto por la gallina? -¡Eso es

bendito!-.

-Y el frijolito caliente, -¿ya probó con él para que lo queme?

– Amárrese una cuerdita de lana negra en el dedo gordo del pie contrario al

lado de donde le nació en orzuelo; eso, aunque no sepa uno cómo, es fijo que

lo cura – dijo otro.

– Vea hombre, – escuchaba yo desde arriba-, – coja un tomate y páselo por el orzuelo para que le recoja-. Yo no entendía qué era eso de “recoger un orzuelo, pero me reía de las cosas tan divertidas y calientes que le recomendaban para desterrarme; pero que ni creyeran que me iban a sacar Vantiao con esas bobadas. Antes, con el calor más me le crecí, pa’ que viera (o mejor, para que no viera).

Como ya su aspecto físico le estaba causando como penita, el hombre buscó unas gafas oscuras Ray Ban de $8.000 que había comprado hacía tiempo por allá en la Costa.

Pues muy de mañana se las puso y como ni sol había a esa hora, la gente lo miraba con una sonrisita burlona, como diciéndole: -“Ay, qué calor; no siás pendejo, hombre, que no está haciendo sol”-. El, como por disculparse, lentamente se quitó las gafas y comenzó a limpiarlas con una punta de la camisa. La gente, al verlo con un ojo como de sapo, alejó la vista del hombre y yo, gozaba porque no sabía que tenía tanta fama de contagioso.

La gente miraba y seguía su marcha; de pronto encontró algunos amigos, a quienes nconoció debido a la penumbra en que lo habían dejado los años, el orzuelo y las gafas, y le pareció que murmuraban unos a otros:

– Oíste, pues, ¿ése será que cree que queda muy pispo, o qué?- -¡Qué oso!-

-Y mirá que ya ni saluda- -¡Pendejo tan bobo!-

-Todavía que fueran legítimas, pero demás que las compró en el almacén

“agáchese”-.

-¡Apenas fuera bueno decir en el pueblo lo “creído” que se está volviendo en

la ciudad!-.

Yo gozo, mientras mi dueño sufre por la hinchazón que le produje. Algunos días yo amanecía con perecita de asomarme y él creía que los remedios sí le estaban sirviendo, lo que hacía que mi presencia se prolongara allá, pues eso le daba razón para no ir al médico.

De pronto una amiga muy inteligente le dijo:

-¿Y usted no se ha puesto “Cariaña” en el ombligo?-

-¿En el ombligo? ¿Y eso qué tiene que ver con mi ojo?- respondió mi víctima-

-¡Pues yo no sé, pero eso como que es la verraquera!-

Al fin, por primera vez mi dueño rio de buena gana, pues recordó cuando hace un tiempo se hizo famosa la costumbre de que para adelgazar, no era sino ponerse un diente de ajo en el ombligo.

Yo ya me acostumbré a las cosas calientes que me pone y a la aguapanela trasnochada para que pueda separar los párpados; pero lo que más me hizo carcajiar fue la fórmula infalible que le dieron: Muy seriamente, en la esquina de La Donald le explicaron algo, que para practicarlo necesitaba la agilidad de un malabarista de circo:

– Vea, hombre, para ese orzuelo, – o como se le diga a esa hinchazón-, lo mejor es lo siguiente: Úntese saliva en el dedo índice de la mano contraria al lado del orzuelo y por detrás de la cabeza, bajando el codo hacia el suelo, logre frotarse la hinchazón varias veces. Debe pensar en botarlo. Esto lo debe hacer varias veces al día, hasta que “recoja” y con una tuna de un rosal, lo chuza para que salga toda esa materia.-

Quedaba el pobre como un  lisiado con la mano en la nuca andando por toda la Variante sobándome y haciéndome cosquillitas. ¡Qué risa!

Al ver que nada mejoraba, su mujer le insinuó un día.

-¿Y vos por qué no vas donde el médico, pues?-

-Llamá pues y pedíme la cita”,  -le dijo ya aburrido, mi pobre enfermito.

Ahora la asustada fue su mujer, quien comenzó a comer uñas, pensando que por algo su maridito, que nunca iba al médico, había aceptado ir a consulta; que eso era porque se sentía muy enfermo, tal vez con buenamoza, soriasis, cirrosis, hepatitis, rinitis o cáncer.

Y al llegar al galeno, este lo revisó y tuvo que tratarlo contra mí y mandarle pomadas para una descompostura que se pegó en el brazo del paleto u omóplato, cuando comenzó a mandarme salivazos por la espalda dizque para que me fuera.

El médico le preguntó: – ¿A qué es alérgico usted?-

Y sin pensarlo dos veces le contestó: – ¡A las inyecciones! –

Eso fue lo que estuvo evitando por tanto tiempo; el miedo a las inyecciones lo hacían posponer su visita al médico, pero, no se pudo escapar de ellas.

Una noche, víctima de las drogas que le embutió el médico a Chepe, salí de su cuerpo convertido en lagaña, pero contento de haber conocido y gozado de todas las cosas que la gente tiene contra nosotros, los inocentes orzuelos, que les afeamos a veces el frente de ese edificio llamado cuerpo humano; aunque no me fui del todo, porque en su otro ojo, empezó a aparecer una ronchita rojita, que le titila, como si algo naciera en su párpado.

Glosario:

-Orzuelo: Un bulto rojo y doloroso cerca del borde del párpado, que se parece a un forúnculo o un grano. Son altamente contagiosos.

-Llevó del bulto: Le tocó la peor parte.

-Vantiao: veloz, rápido.

-No siás: No seas…

-Aguapanela: Bebida que e prepara sumergiendo trozos de panela en agua y revolviendo esporádicamente hasta que se disuelvan. El proceso se acelera al hervirse.

-Carcajiar: Reír sin poderse contener. 

-Nacidos: protuberancia similar a un grano, que suele ser bastante dolorosa, rojiza o violáceas y llena de pus. Dolorosas al contacto.

-Materia: pus.

-Lagaña: secreción de moco calcificado que suelen formarse durante la noche debido a la reducción de la producción de lágrimas acuosas y hacerse la secreción más densa.

*Cariaña: Antioqueñismo para referirse una resina muy olorosa del Caraño; utilizada, tanto para los orzuelos, como para los nacidos o forúnculos, a los cuales se aplica como emplasto durante un tiempo, en el que, al fin, sale la madre y se sana, si está de buenas; pero se riega y renace en otras partes de la anatomía humana, si está de malas.

Medellín, 8 de mayo de 2010

José Carlos

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Acumular durante años en su memoria historias, consejas, anécdotas, dichos y apodos para luego contarlas en un lenguaje sencillo, amable y humorístico fue una tarea que se impuso José Carlos Tamayo Giraldo hace más de 25 años para acrecentar el amor de sus paisanos hacia su pueblo, Granada.