PARADAS EN SU EPOCA

UNA ÉPOCA DE DUENDES, BRUJOS, LEYENDAS Y MITOS
CLEMENTINA Y JULIA
(Lectura: 3 minutos y medio)
¡LA CASA DE LOS SUSTOS!
En la loma, arriba del pueblo, como una calavera achatada mirándolo, había una casona inmensa, con entrada que se dividía en dos: una iba hacia el portón y otra a la derecha, comunicaba con la caballeriza que no era más que los bajos de la parte entablada de la edificación. Si por la loma hubiera podido subirse un carruaje tirado por briosos caballos, ese habría sido el garaje perfecto para tal fin. Además, ello le hubiera dado al propietario un airecito de conde, en una comarca rodeada de agricultores pobres, conservadores y timoratos.
HERMANITAS POR SIEMPRE
Cuando las conocí eran ya maduras:
Julia, la menor de las dos, en un acto de amor fraterno se quedó soltera por cuidar a su hermana, que día a día se iba quedando inválida, ya que no tuvo alivio pese al ansia de su papá para curarla.
Julia, era la que aliviaba las heridas de su hermana, la que bajaba al pueblo a comprar el mercado, la que pedía a sus familiares que mandaran a sus hijos a dormir allá para acompañarlas, porque los ladrones se estaban robando el maíz y las gallinas, la que vendía los huevos de sus pocas gallinas para comprar el Confortativo Salomón. que indudablemente tenía menos vitaminas que los huevos.
Su padre, Neftalí Zuluaga tuvo poder, pues hasta alcalde del pueblo fue. Además, era dueño de un buen gusto extraordinario para comprar lujos de los que aún quedaban vestigios: candados inmensos pegados de las puertas; esquineros llenos de porcelana traída en sus múltiples viajes al Medellín de los años veinte; un jarrón, una lamparita de carburo, para ser usada en las minas en un pueblo que no tenía minas.
Clementina: La otra mujer, que tampoco pudo disfrutar de su juventud, pues aún niña, se cayó a un pantanero podrido “una vinagrera”, decía ella, que la comenzó a torcer y a resecar; además, era como un sietecueros que se iba descascarando en capas que luego reaparecían, y que le producían un continuo escozor o rasquiña, víctima de la soriasis. Todo eso le comenzó a suceder, antes que su mente infantil, comenzara a sentir las fragancias y delicias del amor. ¡Era una virgen, sacerdotisa del dolor y la resignación! Como ven, aparentemente nada de qué alegrarse tenían las de “Don Netalí”.
Pero eran felices, bondadosas, amenas, creyentes y devotas de la Santísima Virgen María, de las ánimas, los ángeles y por supuesto, de Dios, del que nunca criticaron ni apostataron.
Y contaban con orgullo los milagros médicos realizados por los santos de su devoción:
-“¿Te acordás Julia, del milagro tan hermoso que le pasó a Pastora que era tan devota de las ánimas del purgatorio?” – dice Clementina-
-“Claro, cuando tenía ese cáncer tan miedoso… ¡Y es tan de buenas que la operaron en el mismito momento en que el cáncer iba a criar patas y que se le estalló al médico en las propias manos!” -dice Julia.
-“Eso si es un milagro patentico para dar testimonio a todo el mundo. Andá contáselo a tu mamá, pa’ que se vuelva bien devota de las ánimas” – me dice Clementina.
Y es que en su imaginación, “las patas” de un cáncer literalmente se escurrían entre los dedos como un pulpo y después de que sucediera, no había salvación posible para el enfermo, de no ser por una intervención divina.
SUS DUENDES BURLONES Y BRUJAS
Una vez me contaron que en esa habitación, la de las escalas del zarzo, cuando ellas necesitaban desgranar maíz o frisoles, tenían que hacerlo recostadas contra la pared, pues los duendes (que era un paso para llegar a ser brujos) les tiraban a sus espaldas los puñaos de maíz… ¡Y hasta caca, les tiraban a las pobres!
Y parece ser que, al menos, Julia fue bonita, pues como por arte de magia, escritos con carbón en la pared, aparecían piropos muy groseros, (para la época), refiriéndose a ella, como “mi querida piernona” o “mi bella mujer…”
Y cuentan que a esos burleteros o chocarreros seres había que gritarles fuerte, cuando hacían alguna de sus extravagancias.
Así pasó una vez que amaneció una cobija, la mejor, rasgada de arriba abajo, casi partida en dos. Su papá, Neftalí llamó y regañó con rabia al aire y una mano invisible intentó coser las dos partes de la destruida cobija. Eso quedó todo fruncido, anotaba Clementina, quien, en un rincón y torcida como un arbolito fosilizado, intentaba rezar su tercer rosario del día.
“Ahí traen a ese maldito” “¡Quíten eso de ahí!” – Ese era el grito que escuchaban cada que, para protegerse, Julia y Clementina sacaban el Cinto de San Agustín.
Y decían, refiriéndose a las brujas de hace tiempos, que desde el balcón, algunas noches, veían salir una lucecita de los lados del, hoy, hospital y que se juntaba con otra luz que partía de un costado de la plaza, por los lados de Las Brisas y que de ahí, juntas bajaban hacia Las Vegas, a comenzar los asustes de esas noche de luces escasas, alimentadas por la planta eléctrica que administraba Chucho Suárez.
Y así, entre pobreza, rezos y espantos se fue acabando su vida; como declinó luego esa casa inmensa que había arribita de la escuela de niños de mi pueblo amado.
Glosario:
-Caca: Estiércol, deposición.
-Puñao: Cantidad que se podía tener en un puño.
-Una vinagrera: Agua estancada y podrida.
-Sietecueros: Arbolito muy popular en tierra fría.
-Criar patas: Hacer metástasis
-Fruncido: Encogido, cosido rústicamente
-Cinto de San Agustín: Especie de correa o cinturón para ahuyentar los malos espíritus, duendes y brujos.
Granada, 19 de agosto de 2005.

José Carlos
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Acumular durante años en su memoria historias, consejas, anécdotas, dichos y apodos para luego contarlas en un lenguaje sencillo, amable y humorístico fue una tarea que se impuso José Carlos Tamayo Giraldo hace más de 25 años para acrecentar el amor de sus paisanos hacia su pueblo, Granada.