¡Y A DESAYUNAR DONDE LAS MONJAS!

...Treinta y tres montoncitos le hizo, quedando la cabeza de la angelita, como un desierto con unos cuantos matorrales. Así tuvo que dormir la pobre muchachita, con una pañueleta, para que ninguno se zafara. Le sueltan los marrones y de cada madeja, aparece una primorosa trenza o rizo, como si una mariposa saliera de un incómodo capullo...

La niña ha llegado al pueblo desde el sábado y su carita refleja ansiedad y felicidad.

Es que a sus siete añitos, ya tiene “uso de razón” y el domingo, después de haberse preparado con los catequistas durante seis meses, recibirá su primera comunión.

Una vecina que, se presume, sabe mucho de peluquería, ha picado un montón de papel periódico para hacer los Marrones o envoltorios pequeñiticos de cabello, que de lo apretados, casi lo despegan a mechones del cuero.

Con la ansiedad de que llegara el amanecer y la incomodidad de su proyectado peinado, la niña está despierta desde las cuatro de la mañana y comienza a llamar a sus papás.

-“Duérmase pues, mija, que todavía falta mucho para amanecer”- le contesta el papá desde la otra habitación.

¡Amanece, ese 8 de diciembre!

Le sueltan los marrones y de cada madeja, aparece una primorosa trenza o rizo, como si una mariposa saliera de un incómodo capullo.

Con esa sola intervención, su carita se transforma en la de un hada, de ojos miel y tez hermosamente pecosa.

Le ensayan el vestidito blanco que lucirá y la misma peluquera, se pone a plancharlo; pero como no sabía que la plancha tenía malo el automático, quedó pegado y tostado parte del vestido en el aparato.

¡Qué desgracia, y ya son las 7:00 de la mañana!


Gracias a Dios, se pudo subsanar el fruncido que quedó, pues por ahí cerca vivía una modista, que ni hizo el vestido, pero que lo único que tuvo que hacer era voltear el cuello, de manera que lo de debajo quedara por encima y lo quemado, para abajo.

Y empieza a ser víctima de la mamá que se ha puesto toda “intensa”:

-“Cuidaíto, pues mijita  le da por mascar la comunión”.-le dice -.

-“Acuérdese de no tomar ni comer nada, porque tiene qué hacer el ayuno”.

-“Cuidaíto escupe después de la comunión”.

-“Y ni se le ocurra ser “contestona”, porque el niño Dios se va a poner triste con usted-“.

-“Aguante pues mijita, para que Dios entre en su corazoncito-“.

Todas esas recomendaciones las tuvo siempre presentes y cantando, entró en fila a la iglesia, engalanada de blanco, como esperando a una novia, en ese mundo de liliputienses y bajo la mirada fija de sus padres, padrinos y familiares que en el gentío sabían dónde les había tocado estar en el templo.

Muy devotamente, junta sus manitos cuando el padre le aproxima a su boquita la blanquísima hostia, en una ceremonia acompañada de coros que cantan:

“Las puertas del Sagrario, ¿quién las pudiera abrir? ¡Jesús, entrar queremos y llegar hasta ti!.. “

Continúa la ceremonia en la cual el padre exalta el acto de amor que Dios hace con nosotros, al entregarnos en el pan y el vino, a su hijo Jesucristo.

Después de una hora salen los niños por un lado y las niñas por otra nave del templo y son llevados al colegio de las Madres, que queda al lado de la iglesia.

Ahí, por los, para ella, larguísimos corredores, pasa a un espacioso salón, donde unas humeantes tazadas de chocolate con panes y otra parva, esperan ser devoradas por los ya cansados, pero felices infantes que han recibido la Primera Comunión.

Por primera vez siente la importancia de sentirse grande, por el status, que le da el haber hecho la primera comunión y por las atenciones de que es objeto en ese momento.

Allí también le entregan un librito de las primeras oraciones, blanquito y con el Cordero de Dios en la pasta dura.

Termina ligero el desayuno y en su boquita quedan las marcas del cacao que tomó y sin ningún miramiento, se limpia con la manga del blanquísimo vestido y sale.

Se acuerda que el ramito que tenía ya no lo llevaba y, con la respiración entrecortada y chocando con quienes salían, vuelve a entrar al comedor y ahí está el manojo primoroso de flores menuditas y blancas.

Por la Variante, mojada, los curiosos miran desde los balcones, aceras y desde La Familiar, pasar a los ochenta niños y niñas que salen de la ceremonia, con la felicidad pintada en sus inocentes rostros.

En la casa la esperan los familiares que han inflado bombas blancas con la imagen del Cáliz. Ni se come la torta, pues quiere comenzar a visitar a sus amiguitas menores para contarles a qué le supo la hostia, el vino y, muy especialmente, el desayuno que le dieron donde las Madres Franciscanas.

Inmediatamente, agarra una canastica de florecitas plásticas que se unen por sus pétalos y empieza a recoger el dinero que le van a dar, pues los regalos grandes y las tarjetas los está recibiendo la mamá en la otra pieza.

Sale por el pueblo, diciéndole a todo el mundo

-“Yo hice la primera comunión”  y, gente aún desconocida, comienza a echar moneditas y billetes a esa preciosa canastica; dinero que luego, inevitablemente, se cambiará por dulces; pero sólo cuando se le pase la llenura con la que quedó después del desayuno donde las monjas.

Al terminar el día, el blanco vestido ha barrido todo el pueblo, sus zapaticos se los ha cambiado por sus chanclas negras preferidas, y de las trenzas sólo quedan unos cadejos mal peinados; pero su carita, sigue estando radiante y feliz, aunque parezca a esa hora, la imagen de una bella cenicienta venida del  cielo.

Glosario:
-Uso de razón: Capacidad para pensar y juzgar que las personas adquieren naturalmente tras la primera etapa de la niñez.
-Pañueleta: Pañoleta.
-La Variante: Avenida principal de Granada, Antioquia.
-Cadejos: Parte del cabello muy enredada que se separa para desenredarla y peinarla.

José Carlos

¡Opina!
Te puede interesar...

Navegando por Granada

Acumular durante años en su memoria historias, consejas, anécdotas, dichos y apodos para luego contarlas en un lenguaje sencillo, amable y humorístico fue una tarea que se impuso José Carlos Tamayo Giraldo hace más de 25 años para acrecentar el amor de sus paisanos hacia su pueblo, Granada.