
– ¡Samuel; Cocorná; no me tumbe! / Se me metió La Concha. / Siempre me tumbó Samuel. ¡Samuel! ¡Este malvado!/.¡Samuel; ¡Que no me tumbés, pues! / ¡Ay, no; Ahora se me metió fue El Peñol. / ¡Siempre me tumbó ese Samuel de Cocorná! ¡Samueeeel!
Ocasionalmente desde el otro lado de la línea le decían disgustados: ¿Será que puede colgar Marujita, que es que no escucho bien? …
Imagen de referencia en AI.
MARUJITA: UNA TELEFONISTA MUY ESPECIAL
Granada, década de los años 70.
Desde las heladerías Brasilia, La Central y Noches de París comenzaba a escucharse en la plaza principal la música de Sandro, Fausto, Rodolfo y Tormenta, artistas del momento que por la emisora Radio 15 habían sido conocidos y admirados en el pueblo.
Competían con la música del kiosco municipal, donde el tema Escríbeme de Noel Ramírez era la sensación para beber con Los Vásquez, conductores santuarianos de los carros tipo Jaula que hacían parada en la plaza con la madera que traían de San Luis.
En esa plaza, en los bajos del palacio municipal, trabajaba una mujer menudita, pulidita; con edad indefinible, como detenida en el tiempo; muy bien vestida, charlista y amena. Marujita, diminutivo del nombre de María, estaba sentada desenredando unos cables con puntas de acero ante un tablero o panel con no más de treinta orificios que representaban los pocos teléfonos que existían, especialmente el de la Alcaldía, la Normal, el colegio, la Notaría la Casa Cural y escuelas urbanas, pues los teléfonos residenciales eran casi inexistentes en el pueblo.
¡Sorda!
Pese a su edad, a su lado se mantenían adolescentes inquietos que le hacían la vida más difícil, pues, indagaban y tocaban todos los aparatos preguntando por su utilidad en la oficina.
Cierta vez, uno de ellos casi la mata, pues el muy pillo destapó una bobina grande puesta en la pared y luego, al volverle a colocar la tapa de loza, ella lo escuchó tan fuertemente por el audífono, que recibió el sonido multiplicado por 20. ¡La bobina era ni más ni menos, que un elevador de potencia de sonido!
Cuando pararon de bailarle los ojos y se volvió a peinar, Marujita le advirtió con la respiración entrecortada: -Eso no se hace; me dejó sorda y casi me hace dar un ataque cardíaco por el susto que me dio. –
Cuando sobre algún orificio del tablero se encendía un pequeño bombillo, era porque estaban solicitando un servicio y ahí comenzaba el martirio de Marujita; especialmente, cuando la llamada era de larga distancia, que no propiamente significaba que fuese desde Bogotá, Roma o Rusia.
Y era, que todas las llamadas tenían que entrar o hacer escala primero en Cocorná para luego, si había espacio en la canal, seguir para Granada.
Mientras tanto, todos los que esperaban en la oficina alguna comunicación, presenciaban los muchos gestos de disgusto de Marujita.
– ¡Samuel; Cocorná; no me tumbe! / Se me metió La Concha. / Siempre me tumbó Samuel. ¡Samuel! ¡Este malvado!/.¡Samuel; ¡Que no me tumbés, pues! / ¡Ay, no; Ahora se me metió fue El Peñol. / ¡Siempre me tumbó ese Samuel de Cocorná! ¡Samueeeel!
Ocasionalmente desde el otro lado de la línea le decían disgustados: ¿Será que puede colgar Marujita, que es que no escucho bien?
¡Ay, se me abrió este canal! – Respondía coloradita de la pena.
Y es que en los pocos momentos de ocio, que quedaban cuando por los cables estaba la gente charlando, ella tenía que desconectar un momento para saber si seguían o no en la línea. Eso daba la impresión de que Marujita estaba escuchando la charla, no muy larga por lo costosa, pues el minuto valía dos pesos–
Ello sucedía, mientras, por la plaza pasaba un grupo de jovencitas cantando un estribillo muy famoso desde entonces:
-¡La Fina, la margarina, la preferida en la mesa y cocina!-
Luego comenzaban de nuevo, pero pronunciando todas las palabras con la letra A:
-La Fana, la margarana, la prafarada an la masa a casana.-
Una tarde, desde Medellín, el paisano Chepe trataba de comunicarse con Granada. Cuando le dieron línea o vía en Cocorná, la llamada fue recibida por Marujita.
Ahí empezaba la labor importantísima de un actor imprescindible en Granada: El Citador, que era un pelado pagado voluntariamente por la persona a la que le llegaba la razón. Normalmente, era un familiar o allegado de Marujita como Birucho, ansioso de ganarse unos pesitos; pero conocedor de la geografía y la gente del pueblo.
Al recibir la llamada, de inmediato, el citador salió a las carreras por el pueblo en busca de la novia, para a decirle que se preparara; que el novio, la volvería a llamar a las 6:30 de la tarde.
– ¡Apúrese pues, que la línea está buena hoy porque no ha llovido! – Le advirtió.
Y es que, bien podría ocurrir esa noche, que se corriera el riesgo de no comunicarse, porque las líneas o cables se podían trabar o porque si tronaba, era fácil que un rayo cayera en el Alto del Palmar y reventara el alambre del borde de la carretera.
Y, antes de esa hora, Nelita, la novia, ansiosa y emocionada estaba sentada en la central de EDA esperando la llamada del amor distante. En tanto, Marujita se limaba las uñas y charlaba animadamente, mientras esperaba la señal por el canal que había reservado para recibirla, porque ella, no podría llamar a la ciudad y esperaba que esa tarde Samuel sí le diera línea.
Parece ser que, al ya famoso Samuel, al que pocos en Granada conocían, le pasaba lo mismo con otras centrales que no le daban línea; o quizá, como ella creía, le tuviera rabia a esa Maruja la de Granada, tan intensa, como se les dice hoy a las personas que viven de afán y aceleradas.
Efectivamente, a las 9 de la noche, se apagaron las luces de EDA. Marujita cerró la oficina y le dio, como de costumbre, tres golpes o empujones con su escaso trasero a la fina puerta, para asegurarse de que había quedado bien cerrada.
Mientras esto sucedía, una novia enamorada salió cabizbaja por la plaza semi oscura de Granada, pasó frente a la estatua del Padre Clemente rumbo a su casa, porque su novio enamorado no había podido expresarle su amor esa noche y tocaría esperar a que Hernán Guateja, que al otro día vendría de Medellín, le trajera un arequipe, una cajita de Chiclet’s Adams y una cartica escrita a mano, con algún acróstico que demostraría el amor que su novio sentía por ella, pese a las dificultades de comunicación de la época.
¡Y se murió Marujita!
Y, como a todos nos sucederá, Marujita se murió ya jubilada en Medellín y su cuerpo fue velado en una elegante sala. Uno de los paisanos que fue a dar el último adiós, al ver la hermosa casa de velación, con señoras que servían tinto, aromática y caldo de gallina Maggi, dijo muy admirado:
¡A esa Maruja le fue hasta bien de telefonista, porque mire qué casa tan linda y amplia tenía en Medellín… y hasta sirvientas tenía la berraquita!
Pero, en el campo santo le llegaría la última llamada o despedida de este mundo, pues al llevar su cuerpo al cementerio, en ese momento empezó una balacera tan miedosa, que su ataúd fue dejado solo porque los vivos salieron corriendo para salvar la vida que ella ya había perdido.


José Carlos
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Acumular durante años en su memoria historias, consejas, anécdotas, dichos y apodos para luego contarlas en un lenguaje sencillo, amable y humorístico fue una tarea que se impuso José Carlos Tamayo Giraldo hace más de 25 años para acrecentar el amor de sus paisanos hacia su pueblo, Granada.