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MISÍA AREPA, PAISA 

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Hola, soy la muy paisa Arepita, hija del  maíz  y vengo a contarles muchas cosas mías y de mis hermanas. Es que hasta risa nos da recordar: Con decirles que cuando Chepe me probó, realmente fue un amor a primera vista o mejor, a primer mordisco, pero eterno. Qué vacano.

Desde muy pequeñito el pobre ya se ahogaba con los afrechos de las arepas de sancochao que su buena mamá hacía en la casa, mientras escuchaba La Simpática Escuelita que dirige Doña Rita, con su bobo repitiendo así: iBobada grande!  Ella gozaba mucho con esa locura de escuelita. Lo cierto es que hasta categorías tenía la mamá del Chepe ese, porque los domingos, las arepas las hacía de pelao o de mote que no había sido muy bien escogido, por lo cual traían carboncitos molidos. En esa época aún no se oía mentar mucho el maíz trillado o el de los ricos, como lo llamaban.

Los fines de semana aparecía en la casa de Chepe un viejito con unas lajas lo más de raras y todas cucharetiadas: eran los bizcochos de costra, los cuales, por lo secos, duraban muchísimo tiempo sin dañarse y eran especiales para los largos viajes de esos conquistadores de trochas, aldeas y ríos, como fueron los arrieros don Miguel Benjumea y Tulio Alberto Salazar en Granada, la tierra del Chepe de este relato.

De todas maneras nosotras, las arepas, también nos diversificamos porque  aún hoy tengo hermanitas de todas las formas y gustos: telas o delgadas, arepas gruesas, de maíz amarillo, blanco, candelo y de maíz montaña o criollo. También algunas eran y son  con sal, otras sin sal; fritas, asadas en maquín o al rescoldo, al lado de las batatas: esas anti digestivas productoras de gas natural humano.

Y fue llegando la margarina La Fina que desplazaba por sus bajos precios y colesterol a la mantequilla de vaca. Llegó luego la era del quesito, comprado en pocas ocasiones, como cuando llegaba visita. Después, como por arte de magia, desaparecía del menú del Chepe y sus hermanos.

¡Y ni acabándose se acababan mis hermanas las arepas, simplemente se transformaban en otro manjar!

De las harinas y migajas se hicieron las deliciosas migas, con mucha cebolla y tomate y que a todos los hermanitos le sabía a gloria al comerlas con un chocolate espeso.

Y es que, aún hoy, nosotras, las arepas, estamos presentes en todo: en la bandeja paisa; arepitas en los chuzos de carne, en el chocolate, en el sancocho, en el chicharrón, con aguacate y en los frisoles.

Y como buena familia paisa, tengo hermanas distintas: las codiciadas arepas de chócolo y los bollos o estacas de mote que, junto con mi prima la mazamorra, completan el menú de los antioqueños del Oriente.

Y nosotras, las arepas, nos fuimos juntando con otras comidas para hacer un nuevo menú: en la Costa nos metieron un huevo para hacer la arepae huevo; en Bogotá y Cundinamarca nos unieron con el queso y la margarina; en Antioquia nos  juntaron y revolvieron con el muy cebolludo Ogao. Incluso estamos en las sopas especiales para enguayabados: el caldito de huevo que para hasta a un difunto.

En Granada nos casamos o matrimoniamos con los frisoles recalentaos y la tortilla de huevo, que, milagrosamente, se mantenía sobre la muy tostada arepa, ya había que equilibrarla, mientras, corriendo, le pegaban el mordisco y subían las escalas de la escuela, cuando la campana señalaba la hora de entrar de nuevo a clase.

Y, lo más divertido es que nosotras, las arepas, iniciamos algunos dichos muy populares entonces:

Cuando se ganaba algo por pura suerte, entonces se había ganado “de arepa”, “arepazo” o “de arepita” Si el golpe lo atinaban en la mitad de algo, ¡entonces le habían dado en “toda la arepa”; cuando la persona tuvo demasiada buena suerte, se le dijo que “tenía una arepa así”: (y se abrían las palmas de las manos, como agarrando un balón). Si la caída de alguien había sido muy estrepitosa, entonces había quedado “como una Arepa”.  Y cuando uno amanecía como enfermoso y desganao, entonces decían que “a ése le jiede la arepa” y  el chorizo no lo puede ver. Y, algo que ni la ley de Murphy ha podido explicar: el pelo en la arepa de la comida, siempre le sale al más escrupuloso o al más milindroso.

Así, pues que nosotras, las arepas, desde épocas ancestrales no solo hemos sido alimento sino también parte de dichos y consejas que pasan de generación en generación, para no ser olvidadas ni reemplazadas por nada; ni por las galletas o los panes.

Glosario:

-Misía: Mi señora.

-Afrechos: Cáscaras de cada grano de maíz.

-Sancocha’o: Maíz cocido tal como se compra: con cáscara.

-Maquín: Parrilla de alambre grueso para asar las arepas al carbón.

-Mote: Maíz cocido con ceniza o cal para quitarle la cáscara.

-Bollos o estacas: Envueltos de masa de mote  en hojas de achira o plátano y se que cocinan como los tamales. 

-Ogao: Mezcla de cebolla y tomate que se fríe para echarle a los sancochos. También sobre la arepa.

-Le hiede: Le huele; en este escrito se refiere a que le disgusta o le fastidia mucho algo.

-Milindroso: Delicado; que le da asco todo. 

José Carlos

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Acumular durante años en su memoria historias, consejas, anécdotas, dichos y apodos para luego contarlas en un lenguaje sencillo, amable y humorístico fue una tarea que se impuso José Carlos Tamayo Giraldo hace más de 25 años para acrecentar el amor de sus paisanos hacia su pueblo, Granada.