…Cuando menos lo pensé ya tenía unas alitas lo más de bonitas, una lira en la mano y una batica no blanca, como creía que era la de los angelitos, sino purpurina. -Sigo pues: Me senté en una nube que no estuviera muy cargada de rayos y de agua, para no volver a caer en la tierra y comencé a ver pasar por el sitio donde yo estaba, un gentío la cosa más miedosa: mujeres con escotes y las lipos por fuera y agarradas de las greñas; gente todavía con la manejadora del carro en la mano, serenateros piperos con la corbata torcida, chanchulleros. Claro que pasaban también viejitas y chuchitos con el tabaquito en la boca y tosiendo, muchachos todavía con la camiseta del equipo que ganó el partido esa tarde…
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MUERTO DE LA RISA: UN VELORIO EN LOS 60-70
¡QUÉ MUERTO TAN VIVO!
Esta es la historia de un muerto (¿?) con el que me encontré, y del que medio sabía lo que le había pasado recientemente. Nos sentamos en la heladería El Triángulo, de Granada y lo insté a que me contara la historia que ya se conocía en todo el pueblo.
-Contáme hombre Chepe lo de tu muerte y lo que viste desde allá, porque de seguro hay mejor vista desde ese sitio! ¿Verdad?
“Hombre, la cosa fue muy sencilla: Resulta pues que estaba yo leyendo el libro El Testamento del Paisa y oía a Celia Cruz cantando La Vida Es un Carnaval cuando me puse como algo maluco y me llevaron de urgencias al hospital.
La gente corría y yo me sentía hasta contento, como si la cosa no fuera conmigo, después del tranquilizante que me pusieron; hasta que a lo último me emberraqué, porque el médico apenas dijo que yo tenía Angina. Yo le dije que me respetara, porque hombre sí que he sido; que no se pusiera a ver cosas donde no las había y que además eso no quedaba tan arriba.
-Ja, ja… Bueno, y entonces, ¿qué pasó? –
-Cuando ya me explicaron que no se referían a nada sexual, ahí sí descansé… ¡pero en la paz del señor!; porque se me oscureció todo y comencé a sentir lo que dicen todos que ven, pero con la mente, cuando están estirando los guayos o sea, que se mueren: un túnel con una luz al fondo de allá que lo va a uno chupando con ese remolino, ¡y sin de dónde agarrarse, mijito!
Cuando menos lo pensé ya tenía unas alitas lo más de bonitas, una lira en la mano y una batica no blanca, como creía que era la de los angelitos, sino purpurina.
Eso sí, me arrodillé a darle gracias a Dios, que ya estaba por ahí rondándome, por haberme permitido morirme sin que nadie se le adelantara a sus designios, aunque en el fondo yo había colaborado con mis excesos a acercarme al final de mi vida.
-Bueno, siga, siga-.
–¡Espere pues, que el muerto soy yo! ¿Para qué se acelera si eso antes lo lleva más ligero a uno a la tumba? ¡Acuérdese del tal estrés y la presión que se ha llevado a muchos de repente!
-Sigo pues: Me senté en una nube que no estuviera muy cargada de rayos y de agua, para no volver a caer en la tierra y comencé a ver pasar por el sitio donde yo estaba, un gentío la cosa más miedosa: Mujeres con escotes y las lipos por fuera y agarradas de las greñas; gente todavía con la manejadora del carro en la mano, serenateros piperos con la corbata torcida, chanchulleros y gente rumbo a no se sabe dónde, porque todavía no les habían puesto ningún uniforme.
Claro que pasaban también viejitas y cuchitos con el tabaquito en la boca y tosiendo, muchachos todavía con la camiseta del equipo que ganó el partido esa tarde; Pablo VI, Juan XXIII, el padre Polito, Padre Clementico, mi mamá, mi papá y algunos amigos; mejor dicho, gente que había sido bacana en esa tierra. Pero, lo que sí casi me mata de la tristeza, aunque yo ya era un ánima, o sea, que había parado los tarros, fue ver un desfile larguísimo de niñitos todavía sin terminar de hacerlos y ya camino al cielo.
Mejor dicho, pasaban los buenos y los malos; pero lo malo era que yo no estaba en ninguno de los grupos y ya me estaba comenzando a dar piojos o zumbambico en las alas, lo que me producía una rasquiñita que no podía calmar contra el filo de ninguna puerta, porque todo era como redondito.
– ¿Y cómo veía pues desde allá su velorio?-
-Hombre, muy bien; porque como mi suegra me tenía en la Liga Eucarística de Granada, me pusieron un hábito café, como de San Francisco que me quedó lo más de grande y me colocaron en un ataúd alguito matón, pero bueno.
Buscaron unos tendidos de cama con ojalillos tejidos a mano y los pusieron de telón. Ahí les amarraron unos lacitos moraditos a lado y lado de los bracitos del crucifijo, que vecinas devotas habían prestado para la ocasión.
A falta de coronas y ramos, de los lados de la escuela de niños recogieron unas ramas de pino y las pusieron como banderas por toda la sala donde me estaban velando, impregnando el ambiente con un olor a pura semana santa. Las gentes se me arrimaban, unos por curiosidad y otros por pesar: Eso apenas decían:
– ¿Oíste vos, ese sí era tan narizón?- – Como era de buena papa-
-¿Y quién lo arregló?- iQuedó patentico, idéntico a como era!-
-¿Si vieron la sonrisa que tiene, llena de paz?-
-¿Y la otra, descarada, si vendrá al entierro?
-¡Nada se le da, como es de fregada!
Y un niño que estaba jugando con la esperma de los cirios, jura que me vio dizque espabilar.
Comenzaron a rezar el Ánimas del Purgatorio y a lo último empezaban hasta tres personas de una vez, por lo cual se volvía eso como un gallinero. Por aquí pasó Ciriaco, un chocoano que me contó que por allá hay mujeres que las llaman Plañideras a las que les pagan porque lloren en los velorios y que, si la llorada lleva también una buena desmayada, entonces la tarifa era más costosa. Yo apenas me reía, porque eso sí: yo creo que los que berriaban en mi velorio lo hacían de buena fe, aunque no todos.
Yo apenas volaba con esas alitas que ya estaban oliendo a pluma chamuscada y me daba mucho pesar de los familiares y amigos, pero gozaba por la condición de que ya había pasado por esa situación de morir y que mal que bien, condenado del todo, no estaba.”
¿Y después?
Me cantaron cuando salí de la iglesia, esa canción de Nadie es Eterno en el Mundo y yo pensaba que había cosas que parecía que sí lo eran: la violencia, la pobreza y la deuda externa a la que sólo hay qué quitarle la X, para que quede así: eterna (según Hébert Castro).
Como ya se hacía tarde, me llevaron ligerito al cementerio, donde se arremolinó un gentío y yo pensaba: –Vea hombre, como la gente siempre me estimaba. Yo apenas sonreía, porque al fin encontraba justificación por haberme privado de tantas cositas buenas que había en la otra vida (en esa de la tierra), para mayor gloria de Dios. Y cuál sería mi sorpresa, cuando dos de los más amigos míos apenas decían: _
–¡Hombre, ese Eduardo sí es muy debuenas! ¿Si viste en número de lápida tan hermoso que le tocó?
¡Y lo fueron a hacer en chance!
Ese era el tal afán de enterrarme antes que jugara la Lotería de Medellín, y pensé, con lágrimas secas en las cuencas de mis ojos, que yo, que tanto había hecho chance y lotería sin ganar nada, tampoco les iba a dar el gusto de irles entregando la suerte a esos vergajos que se aprovechaban de mi muerte para llenarse los bolsillos.
¿Y qué más?
-Pues, en las horas de la noche arrancaron con la novena. Ahí volví a sentir el mismo miedo que se sentía en la tierra cuando leían esa estrofa refiriéndose al antiecológico infierno:
-Una chispa que saliera, de este fuego tenebroso, montes y mares, furiosa, en un punto consumiera; ya que podéis, nuestras llamas, compasivos apagad. Que Dios lo saque de penas y lo lleve a descansar” –contestaba la muchedumbre-.
Y si eso hacía una sola de esas chispitas, cómo sería el infierno que tiene tantas, ¿Ah?
Mejor dicho, harto que se lambe cualquiera de las potencias que quieren dominar el mundo, por tener, aunque sea media chispita de esas.
-Seguí pues, hombre que me estoy muriendo de la curiosidad-.
-No hable de muertes ahora, pues, hombre, que me asusto.
-¿Se acuerda que hace ratico le dije que las alitas me estaban oliendo como a chamuscado? Pues no eran las alitas: era la almohada que se estaba prendiendo cuando me puse a pensar estas pendejadas y vi a mi mujer desesperada dando escobazos a las almohadas y cobijas para apagarlas y a mí, para castigarme por el descuido y por el vicio de fumar que no he podido dominar; pero después de ese humero, voy a pensar seriamente en dejarlo porque muchos lo han hecho y ya no tienen olor a cusca y ambil que aleja hasta a los más cercanos amigos y acerca más a la reseca muerte, como dice de ella Ana Belén.
Glosario:
-Emberraqué: Me puse bravo.
-Lipos: Cirugías plásticas especialmente para hacer más prominentes algunas partes femeninas.
-Manejadora: La cabrilla del carro.
-Serenateros, piperos: Cantantes nocturnos de bares y cantinas.
-Cuchitos: Viejitos descuidados.
-Parar los tarros: Morir.
-Arregló: Le hicieron la taxidermia. Prepararon el cuerpo para el velorio.
-Fregada: Vividora.
-Plañideras: Mujeres del Pacífico que cantan y lloran en los velorios.
-Lápida: Losa sepulcral.
-Vergajos: Vividores.
-La novena: Devocionario de nueve días por el difunto.
-Se lambe: Se saborea de las ganas.
-Pendejadas: Bobadas.
-Cusca: Ultimo pedazo de un cigarrillo que apagado, huele a mil demonios juntos.
-Ambil: Marca y olor desagradable que deja la nicotina.
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José Carlos
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Acumular durante años en su memoria historias, consejas, anécdotas, dichos y apodos para luego contarlas en un lenguaje sencillo, amable y humorístico fue una tarea que se impuso José Carlos Tamayo Giraldo hace más de 25 años para acrecentar el amor de sus paisanos hacia su pueblo, Granada.