
¡QUÉ SAL…!
(Lectura: 5 minutos)
Una señora con mucho salero
Doña Sal, orgullosa dama, algo casquivana, pero no sosa, narra cómo el autor la ha mirado, probado, escarbado, ahogado, escupido e investigado su historia, sus orígenes, sus familiares y muchas otras intimidades. Ella está tranquila, porque, al fin de cuentas, le gusta que la prueben y hasta rajen de ella, culpándola de una cantidad de enfermedades; pero se le quiere adelantar al autor, para que no resulte fregada con la descripción que haga de ella.
Una vez sí le dio mucho pesar del pobre escritor, porque lo vio sentado en el parque de Granada con la mirada como perdida, observando los sitios donde, en alguna época, la vendían libriada o mejor dicho, por libras. Ahí al autor se le arrimó un perrito blanco con manchitas negras, lo miró, lo olió y se ausentó, todo indiferente, como diciendo:
-Ya no hay nada qué hacer por él: se metió a escritor. –
–“Antes de que él comience a contarles chismes míos y mientras sale de ese trance tan raro que les da a los que quieren escribir o pintar, yo, Sal, les voy a contar algo de mí, como dice Camilo Sesto:
“Soy una dama muy orgullosa, bonita y transparente, que me veo blanca cuando me junto con otras amigas y aunque mi nombre de persona rica es “cloruro de sodio”, me gusta más que me digan sal… y listo; porque se vería como si se fuera a envenenar el que pidiera un poquito de cloruro de sodio para echarle a un huevo o a un aguacate.
En un tiempo fui muy rica, tanto que a los soldados romanos les pagaban conmigo; por eso es por lo que al sueldo todavía lo llaman salario. Fui tan apreciada o de la “jai” que en el siglo sexto algunos mercaderes del desierto negociaban conmigo al mismo precio que con el del oro.
Saber eso me pone un poquito triste, porque miren el precio tan ridículo que pagan por mí en el día de hoy. Pero me conformo, porque vean que el minuto de celular hace unos años también valía mil pesos y ahora, a casi nadie le niegan uno regalado. Aunque a mí no me regalan que porque traigo mala suerte y cobran cualquier cosa, simbólica, para quitar la tal sal.
Tengo una tía en la Guajira que era traída a Granada y la administraban negociantes exclusivos, entre otros, Crisólogo, Jorgito y Juanito (Los Hoyitos). La conocían como sal de piedra y era muy codiciada para alimentar el ganado, porque decían los ganaderos, que mi hermana, la yodada, producía muchos abortos en sus vacas.
Les cuento que soy fácilmente licuable en agua a la que le doy sabor, ya que la pobre, siendo tan indispensable, ni eso tiene. Eso mismo hago con la gente cuando está contenta: la vuelvo salerosa.
En el Antiguo Testamento hay una mención muy importante en referencia a mi poder, en este caso destructor: la historia de la mujer de Lot que, por soperita y chismosita miró para atrás, cuando estaban destruyendo a Sodoma y Gomorra y se convirtió en una estatua, pero de sal.
Los humanos me han utilizado tanto para conservar los alimentos, como para rezos y una cantidad de ritos para hacerles mal a las personas que odian y por eso quieren salarlas, para que les vaya mal en todo.
Hay gente tan bobita que, si me le riego o derramo, coge un poquito de mí y me tira por encima del hombro izquierdo dizque para que no le pase cosas malas. A la que de pronto le pasaría algo que lo hiciera llorar, sería a la persona que venga detrás cuando me lance, porque le puedo caer en los ojos y ahí sí lo pondría a correr a buscar agua con urgencia.
Pese a la mala fama que tengo de que si no soy yodada produzco un bulto en la garganta al que llaman coto o bocio; que a los niños los pongo rudos para aprender y que la presión se les sube o baja a los hombres cuando me toman en demasía, les cuento que no soy tan mala, porque ayudo a la producción de bilis, que facilita la absorción de grasas en los intestinos y aumento los movimientos de los músculos de éstos, contribuyendo a una buena digestión. Además, soy purificadora y como tal ayudo al organismo a eliminar toxinas o venenos. Lo que pasa es que la gente siempre abusa de mí porque soy muy sabrosa, pero poquita.
Ya hablando de mí, que vivo en Granada, les cuento que nací en Zipaquirá, en una mina donde hay una catedral de pura sal debajo de la tierra; pero, también tengo unas primas en Nemocón (Cundinamarca) y en la Guajira. Hace tiempos, como doscientos años, mis abuelas venían a Cruces, (cerca a Alto Bonito) en el Santuario a visitar a unas amigas que eran explotadas para salar a todo el Oriente Antioqueño. Ellas conocieron a Jorge Ramón de Posada quien enseñaba cómo sacarle provecho a la mina y después celebraría la primera Misa en Granada.
Qué les parece que una vez vi al autor todo encartado en el comedor, porque estaba echándole sal a la sopa con un tarrito lleno de huequitos en la tapa. Eso se taquiaba todo y nada que salía.
Cuando menos lo pensé le estaba era dando golpes al salero en el borde de la mesa y cuando iba a volver a echarle, la que salió fue toda la tapa y cayó con toda la sal sobre la famosa sopa, la cual se perdió totalmente, porque quedó una salmuera, la cosa más maluca. Pa `mejor decirles, quedó como el mar muerto que tiene diez veces más sal que cualquier mar del mundo.
Para que no volviera a ocurrirle el incidente, se compró un salero en forma de gallinita de vidrio y simplemente sacaba la cucharadita que necesitara, la tapaba y, adiós peligro.
Les cuento, aquí entre nos (como dicen las viejas hablantinosas), que en Granada, misía Sal, mi abuela, venía hace tiempos envuelta en hojas de achira, como un tamal y yo no sé cómo hacían, pero no se salía nada por los bordes. Muchas veces la compraban donde Julio Zuluaga, Felipito, Julio Ramírez, Juanito Hoyos o Ignacio el tullido Yepes.
Como no había neveras y se hacían los alimentos en leña, la carne la vendían salada por Toño Amoroso y la colgaban en un garabato para que se ahumara. Así se conservaba y no se llenaba de gusanos, porque en ese ambiente no había bacteria que sobreviviera o, si lo lograba, sufriría mucho de los pulmones.
También, era costumbre en Granada, que los retazos comprados a Teresa Lanas se echaran por primera vez en aguasal caliente para que no se destiñeran y afinaran el color.
Y, ya para despedirme, les voy a contar una de las pocas historias chistosas en las que intervengo:
Un hijo de 35 años, muy atenido y amañado en la casa le dice a su mamá:
-Mamá, he tenido un sueño horroroso: Soñé que toda la casa estaba llena de sal y en la siguiente imagen salías tú dándome, chupas, teteros y más chupas.
-Hijo, – dice la madre – No tengas miedo; basta con saber interpretar los sueños y quedarte con el mensaje.
-Y, en este caso, ¿Cuál sería el mensaje, mamá?
-Muy sencillo, hijo mío: ¡Sal de la casa! ¡mamón!
Ahí veo al autor todavía como medio ido, que se va para la casa a hacerse unos pañitos de aguasal, para el molimiento que tiene en los pies, porque eso era lo que le pasaba y por eso se puso a mirar el paisaje, mientras le pasaba el dolor en las pantorrillas. Pero me voy muy contenta porque ya me le adelanté y les conté lo que él venía planeando hacer desde hace un tiempo: hablar de mí, pero exagerando, porque chismosito sí que es el pobre.–
Glosario:
-Sosa: Sin sabor; insípida.
-Rajen: Hablen mal.
-Salerosa: Alegre, contenta.,
-Rudos: Duros para entender.
-Taquiaba: Se obstruía la salida de algo.
.Salmuera: Sopa o caldo excesivamente salado. El Mar Muerto es una salmuera; porque tiene 10 veces más salinidad que cualquier mar del mundo.
-Hablantinosas: Que hablan mucho llegando hasta el chisme.
Achira: Especie de planta de hojas anchas.
Molimiento: Dolor en los músculos por mucho ejercicio o trabajo.
Noviembre de 2012

José Carlos
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Acumular durante años en su memoria historias, consejas, anécdotas, dichos y apodos para luego contarlas en un lenguaje sencillo, amable y humorístico fue una tarea que se impuso José Carlos Tamayo Giraldo hace más de 25 años para acrecentar el amor de sus paisanos hacia su pueblo, Granada.