…Esos repuestos, tornillitos, clavitos, y pedacitos de alambre que había guardado por si algún día, que nunca llegó, los necesitaba, se los habían regalado al chatarrero. -Por fin botaron las pilas o baterías que dejó en el congelador para que se recargaran, así estuvieran sulfatadas. Esa música tan vieja todavía en discos de 33, 45 o 78 revoluciones por minuto (RPM) y en casetes con cinta remendada, fueron a parar a la basura…

A Chepe a veces le da por ser trascendental y comienza a pensar en cosas que, aunque dolorosas, es muy probable que ocurrirán después de que haya muerto o estirado los guayos. Por eso, se quedó pensando tan pero tan a futuro que incluso sobrepasó la barrera de la vida terrena para hospedarse en la otra vida, tan desconocida.
Ya sabía que le iba a doler y le dolió efectivamente mucho el hecho de que no vería más a su esposa, hijos, nietos, ni amigos. No vería más tampoco esos bellos paisajes llenos de distintos tonos de verde, como dice la canción Paisaje de Catamarca; no olería las flores ni aspiraría el ambiente del campo.
No volvería a escuchar villancicos en pleno mes de junio, los que a sus nietos menores les gusta mucho y lo demuestran tarareando el Burrito Sabanero y Ven, ven, ven a nuestras almas, aunque no sea Navidad.
Hablarían bien de él, aunque en verdad, en algunos casos se exageraran en sus conceptos, hasta tal punto que ya creía injusto haberse muerto siendo, de acuerdo a las manifestaciones de la gente, una persona tan querida, atenta, amable, caritativa, responsable y tan buen ciudadano. Hasta él mismo se asustaba de tantos valores que ni sabía que tenía o estaban muy ocultos.
La esposa, también enternecida por los recién descubiertos atributos de su difunto esposo ya sería la viuda de Chepe; sus hijos, tan bellos, unos huerfanitos. ¡Qué pesar!
El regreso:
Como si estuviera en una nube y todavía con sentimientos humanos intactos, estos fueron los acontecimientos que Chepe vio, después de que, como Lázaro, recuperara su vida, unos meses después de partir a la eternidad, que en su caso no fue tan eterna:
Lo que vio:
-Dejó de mercar, de pagar impuestos, de renegar del Gobierno (cualquiera), de madrugar a sacar al perro a hacer sus necesidades, de tomarse los antiácidos y anti flatulentos, de ir a cambiar las gafas, de ir a las citas médicas para que le mandaran de lo mismo, de hacer fila para todo. Al fin se sentía libre del todo, aunque no sabía propiamente qué era ese “todo”, porque algo no encajaba en esa libertad.
Comparó y vio cómo mientras estuvo muerto, la gasolina subió, comprar carne y pescado era un sueño, el transporte se había vuelto caótico, los impuestos y hasta los servicios funerarios subieron, pero él había logrado morirse a tiempo y más barato.
-Dejó de decir, cada que veía a sus hijos todos grandotes: ¡Cómo pasa de rápido el tiempo!
-Había dejado, por fin, de fumar, de tomar guaro, de visitar el palacio del colesterol, de consumir comida chatarra. Vio además, en carne propia que el Covid 19 sí era mortalmente cierto.
-La sal, que le habían escondido por años, ahora sí apareció en la mesa al lado de la mantequilla, tan prohibidas para él, pero que al fin no fueron la causa de su partida de esta vida mortal.
-Ya no tenía identidad, estaba borrado de entre los vivos en la Notaría y en el Despacho Parroquial; en las cooperativas ya no era más asociado y los aportes se los entregaron a su esposa, que se los merecía más que nadie.
¿Amigos? ya veía pocos, ya se habían muerto muchos y esos sí de verdad.
Las múltiples pastillas, cápsulas y jarabes que había dejado empezados, desaparecieron en la basura, para no recordar a Chepe y sus múltiples cambios de humor producidos por tanta medicina junta.
– Sus patrones y compañeros lamentaron su temprano deceso; hicieron cuentas, pagaron los seguros a su familia; pero su empleo, que cuidó con tanto esmero y que les dio para vivir dignamente, ya estaba ocupado por otro que adoptaba otra forma de trabajar que a él nunca le gustó.
-Sus mejores ropas comenzaron a lucirla los familiares más cercanos y la que nunca quiso dejar, fue regalada a los recicladores que tampoco se la pusieron por pasada de moda.
-Esos repuestos, tornillitos, clavitos, y pedacitos de alambre que había guardado por si algún día, que nunca llegó, los necesitaba, se los habían regalado al chatarrero que pasaba cada ocho días por el frente de su casa, gritando con un megáfono.
-Por fin botaron las pilas o baterías que dejó en el congelador para que se recargaran, así estuvieran sulfatadas.
-Esa música tan vieja todavía en discos de 33, 45 o 78 revoluciones por minuto (RPM) y en casetes con cinta remendada, fueron a parar a la basura para reciclarlos.
-Pese a estar fallecido, por esas cosas de la política resultó votando y posiblemente no por su candidato preferido, sino por el contrario, lo que casi lo vuelve a matar de la rabia.
-Ya no tiene casa, pues la herencia la repartieron y tendrá que vivir de pegado donde algún hijo con nietos que lo mirarán con desconfianza de que vuelva a reclamar lo que fue de él, o mejor, lo que les administró, para no dejarlos pobres. En ese momento recordó que la empresa familiar, se resume en la siguiente fórmula: padres trabajadores igual a hijos ricos y a nietos, pobres. Y al parecer, él no escaparía de esa premisa popular.
La tecnología lo siguió embistiendo, pues los Nokia que conoció ya pasaron de moda aunque quedaron en muy buen estado; ahora los celulares tienen una gran cantidad de aplicaciones, muy difíciles de manejar incluso para él que había sido un teso para jugar culebrita.
Y así, sintiéndose perseguido por un reptil de esos, Chepe despertó de un microsueño que lo agarró mientras llenaba una Mandala, que con sus múltiples colores lo habían dormido y transportado a mundos imaginarios no siempre agradables como los de los cuentos de hadas. Miró a su alrededor y vio a los nietos jugando en su casa mientras su esposa batía un espumoso chocolate para su querido esposito. Qué bueno estar vivo, se dijo para sus adentros.
Medellín, enero de 2023

José Carlos
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Acumular durante años en su memoria historias, consejas, anécdotas, dichos y apodos para luego contarlas en un lenguaje sencillo, amable y humorístico fue una tarea que se impuso José Carlos Tamayo Giraldo hace más de 25 años para acrecentar el amor de sus paisanos hacia su pueblo, Granada.