Un indeseable huésped

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SOY RONQUIDO

Un indeseable huésped

(Lectura: 3 minutos)

Roncador y Quitasueño son unas pequeñas islas en el Caribe; pero en la habitación donde estoy son unos acontecimientos y personajes que se complementan el uno con el otro.

Me les presento: Soy Ronquido, un ser de puro aire comprimido; me adapto a cualquier nacionalidad, lenguaje, religión y edad y me encargo de dañarles las noches a algunas personas que no me soportan por bulloso y aunque salgo a escena a diferentes horas del día, soy más reconocido en las largas noches, entre ellas las de mi amigo Chepe, aunque él no me considere como su amigo. Eso no me importa, porque además soy muy falto de carácter.

La excursión en la que estaba Chepe, un personaje granadino en esa edad en la que, como no puede dar mal ejemplo se pone a dar buenos consejos,  tenía comida y licor sin límite y habitación compartida para que resultara más favorable.

Mi futura víctima llegó temprano a dormir para evitarme y, como se puso a mirar su WhatsApp, no logró conciliar el sueño y por ello, a la habitación comenzó a llegar gente harta de comida y licor dispuesta a acostarse. Ese fue el momento en que entré también yo con ellos.

Comenzaba el pobre Chepe a conciliar el sueño, cuando de repente, sintió como si hubieran encendido una motocicleta Harley- Davidson en la habitación. Había comenzado mi actuación con Memo, quien tenía buenos fuelles en el pecho y su caja de resonancia en la papada.  Su sonido por mi causa comenzó a desesperar a Chepe quien se tapaba los oídos, pero de nada le sirvió.

¡No sabía lo que le esperaba al pobre, porque sería el inicio de una horrible noche, que no cesó como sí pasó en el Himno Nacional de Colombia!:

De otro de los camarotes, como una comunicación de espíritus, Tulio respondía como una motosierra a los ronquidos de Memo, en una “conversación alienígena” que no entendía el pobre Chepe, pero que se sostuvo hasta muy tarde de la noche.

Chepe no sabía qué hacer y la cosa empeoraba. Desde otro lado de la habitación, Manuel entró al concierto con un sonido como de una tracto mula Cummins bajando el Alto de Minas. Ya eran tres y Chepe comenzó a toser duro para ver si al menos se volteaban, lo que logró con Memo, pero sólo cambió de ritmo, con silbido incorporado.

Como verán soy melómano y me gusta hacer duetos, tríos y hasta cuartetos, como fue hace un tiempo la música con sus boleros, aunque no se parezcan mucho a nuestras hermosas y cadenciosas tonalidades nocturnas.

En la semioscuridad Chepe logró agarrar un zapato y lo lanzó al sitio desde donde creyó que salía el ruido más fuerte. El zapatazo lo recibió un flaco e inocente dormilón más callado de todos, pues los sonidos que produzco tienen la capacidad de la bilocación, con la cual, ya no se sabe ni de dónde vienen los hermosos sonidos que profiero. Lo cierto es que tampoco despertó.

Entre tanto, mi víctima se tapaba los oídos con algodones, tragaba saliva gruesa, oraba lo que sabía, miraba el techo, encendía el celular, colocaba musiquita para escuchar con sus audífonos, pero mis decibeles eran más altos y la mezcla tonal era desesperante, pero sólo para él, pues los roncadores no se dieron por enterados del concierto gratuito que estaban protagonizando y que lo hubiera envidiado cualquier reguetonero.  

Ya resignado y pensando que en las habitaciones el pico y placa debería empezar a las 10 de la noche para que se apagaran los motores humanos, al fin comenzó a dormirse a las 5 de la mañana y sin que él lo supiera, me le pasé a sus narices, garganta y galillo para comenzar también mi concierto matinal que hizo que los cuatro acompañantes de pieza salieran denigrando o rajando de él que porque no los había dejado dormir en toda la santa noche con esos ronquidos que parecían salidos de ultratumba.  Con razón, aunque Chepe nunca se la dio, su mujer le decía con sonrisa maliciosa:

“¡Eres la causa de mis desvelos: roncas!”

 

Medellín, octubre 17 de 2024

José Carlos

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Acumular durante años en su memoria historias, consejas, anécdotas, dichos y apodos para luego contarlas en un lenguaje sencillo, amable y humorístico fue una tarea que se impuso José Carlos Tamayo Giraldo hace más de 25 años para acrecentar el amor de sus paisanos hacia su pueblo, Granada.