
¡TAKEPÚN! EL BUSCADOR DE LAS ÁNIMAS
(Lectura: 4 minutos)
Le disgustaba mucho que le dijeran Takepún. Su nombre real era Manuel Herrera y a pesar de que era como algo carajo, vestía decentemente, a pesar de que aborrecía ponerse zapatos, ya que caminaba cojo.
Tenía, además, una novia imaginaria; algo así como la Dulcinea de este Quijote granadino: Zoila Tamayo era su amor platónico. Todo el pueblo sabía que era un enamorado de Zoila; pero, especialmente, de buscar entierros o guacas que, según él, eran anunciadas por las ánimas del purgatorio, por medio de lucecitas y voces.
Pilluelos en escena:
Sabedores de lo anterior, algunos muchachos de la época ideaban, cada uno por su lado, mamadas de gallo fantasmales. Para ello, lo citaban a un lugar algo alejado de la plaza principal, por ejemplo a las escalas de la escuela de niños, para que atendiera el llamado del más allá, que le mostraría el lugar donde había un tesoro escondido.
Y ahí estaban varios muchachos, a plenas nueve de la noche, escondidos detrás de los pinos, uno de ello quejándose con voz profunda y tirando fosforitos prendidos desde el matorral.
-¡Manuel… Manuel. –Gritaba con angustia desde su escondite.
De inmediato, Takepún conjuraba con voz temblorosa:
-¡De parte de Dios Todo Poderoso!… Dime ¿Quién eres y qué quieres, alma bendita?
Y el asuste, fantasma o ánima lanzaba más fosforitos encendidos y le respondía:
-Soy el alma en pena de Juaquincito, el de la calle del Zacatín que me morí esta semana. Debajo de la platanera, cerquita del chorro, dejé un tesoro escondido…
¡Qué tesoro iba a dejar si usted era tan pobre que hubo hasta que recoger plata para su entierro! Yo quiero comunicarme es con uno bien rico del marco de plaza. ¡Ven, ánima en pena!
Viendo la supuesta ánima, que Takepún no le iba a comer cuento, tomó su puesto otro de sus amigotes que, con voz profunda, le dijo.
–Take Pún. ¿Estás todavía ahí? ¡Soy el alma de un hombre riquísimo que murió hace tiempo y no he podido tener paz, porque dejé unas monedas de oro, guardadas cerquita de aquí!” – y continuaba- “¡para poderle decir dónde está el tesoro, tiene que ir ahora mismo y bañar a su hermana* Ninfa, pero con agua bien fría.
El, a plenas diez de una fría noche granadina, salía inmediatamente y bañaba con una poncherada de agua a la pobre hermana, la cual a esa hora ya estaba calientica en su cama; pero en honor de las benditas Animas del Purgatorio y de su hermano, se tenía qué aguantar.
Al retornar el buscador de tesoros, se ponía otra vez como en trance: estiraba las manos semejando a un sonámbulo y decía con voz ceremoniosa:
-¡Ya cumplí con su deseo! -/– ¡Ahora sí, dígame dónde está el entierro! -/ -¡Pero ponga sordos a éstos para que no se den cuenta de lo que me diga! –
-¡Ya los puse sordos. ¡Ellos no escucharán nada de lo que hablemos! -Respondía la voz detrás de los pinos, y seguía tirando fosforitos encendidos; pero, Takepún, muy cabriao, preguntaba:
-Pero, ¿por qué se siguen riendo? ¿Sí ve que no los ha puesto sordos?
-¡Te aseguro que no oyen nada; tienes que creerme, porque si no, se daña el conjuro.
-¡Antes de decirte dónde está el tesoro, debes ir a “La Cañada”, abajo de la plaza para traer esa piedra grande que hay al frente de la casa de Plácido Vergara donde sigue el camino de Las Vegas-.
Salía el pobre Takepún, corriendo en una noche de luna llena; bajaba seis cuadras, las cuales luego tenía que subir ya cansado, con una piedra de por lo menos 5 kilos. Muchos jóvenes del pueblo lo seguían como en procesión por la empinada senda hacia la escuela; allí lo esperaba el Ánima en pena, que lo sacaría de ese purgatorio de ilusiones y desvaríos que le tocaba vivir.
Ocurrió justamente esa noche, que uno de los mirones acompañantes que se le pegaron en la subida con la piedra, se maluquió (o se hizo) y cayó al lado del crédulo Takepún.
Angustiado, el buscador de espíritus y tesoros, le gritó a la supuesta ánima que estaba detrás de los pinos:
“¡A éste pelao le dio como un vahído y está con temblores! Dime alma bendita ¿Qué debo de hacer?”
Y le contestó una voz detrás de los pinos:
“¡Dele un beso en la frente y chúpele del dedo meñique o el pequeñito; pero, rápido que se le muere.”
Así lo hizo el pobre Takepún y, por supuesto que revivió al maluquiao; pero nunca encontró el entierro que tanto y tantas veces buscaba.
De esta manera, un iluso puso a gozar a la Granada de hace días; porque personajes así son los que hacen un mundo paralelo en una aldea.
*Ninfa: era tenida como hermana, pero fue una mujer agregada de la familia y muy querida por ella.
Glosario:
-Takepún: Célebre personaje granadino de locura de los años 50 y 60. Su apodo era la onomatopeya de pólvora explosiva que primero hacía Take y luego, Pún.
-Carajo: persona algo ida de la cabeza, alucinada mental.
-Mamadas de gallo: Gozadas, hablar en broma.
-Ánima: Alma de un difunto que aún ronda por la tierra, víctima de sus apegos o vicios.
-Entierro, guaca: Tesoro que, generalmente era guardado bajo tierra, al estilo de los indígenas.
-Cabriao: Intrigado. No muy convencido
-Fosforitos: Cerillos que el ánima en pena, lanzaba desde el matorral.
-Cojineto: Muy cojo, pero que es como la justicia: cojea pero llega.
-Maluquió: Perdió el sentido, se desmadejó.
-Pelao: Persona aún muy joven. Adolescente.
-Agregada: Persona que no era hija de la familia, pero que era acogida como hermana.
Granada, 3 de mayo de 2001

José Carlos
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Acumular durante años en su memoria historias, consejas, anécdotas, dichos y apodos para luego contarlas en un lenguaje sencillo, amable y humorístico fue una tarea que se impuso José Carlos Tamayo Giraldo hace más de 25 años para acrecentar el amor de sus paisanos hacia su pueblo, Granada.