
Como nadie sabía de él desde hacía 30 años, por supuesto, nadie lo esperaba; porque el dolor ya había hecho su trabajo en la angustiada mamá, quien por mucho tiempo indagó infructuosamente por él durante años. Pero, contrario a lo que le sucedió al personaje bíblico, Chepe llegó con dinero y con una licuadora Volmo de tres velocidades para su mamá:
– Pa `que me perdone y haga hartos jugos, madrecita– – dijo, mostrando sus dientes frontales forrados de oro.
EL ARRIBEÑO QUE VOLVIÓ A GRANADA
Años 70 en Granada: Nuestro personaje, quien se había ido flaco como un silbido de culebra, había llegado fortachón a la plaza montado en la camioneta, un carro escalera mediano con carrocería frontal y trasera redondeada, manejada por El Viudo. Venía de un largo viaje desde el Valle del Cauca a donde había viajado cuando tenía sólo 12 años, porque se había volao pa`arriba
inicialmente a recoger café en El Águila, (Norte del Valle del Cauca) y, posteriormente, ya mayor de edad, a vender papas en la 10 de Cali.
Se limpió el polvo de la cara y del cuello con el poncho que traía sobre la nuca y cuyas puntas caían pesadamente desde sus hombros y, con una maleta de fuelles separados por aros, comenzó subir por la empinada calle Bolívar a la aún semirrural, calle del Zacatín.
Como nadie sabía de él desde hacía 30 años, por supuesto, nadie lo esperaba; porque el dolor ya había hecho su trabajo en los angustiados padres, quienes por mucho tiempo indagaron infructuosamente por él durante años, pues cuando este se encontraba en tierras lejanas con algún paisano, lo primero que le decía era que no contara que lo había visto. ¿Por qué? sus razones tendría. -Dios lo cuidará, solía decir su madre.
No obstante, la única que lloró fue, justamente, su viuda madre, quien, limpiándose las lágrimas con un pliegue del vestido, lo presentó a sus hermanos, como el hijo pródigo que regresaba al hogar paterno. Sus hermanos, menores, lo miraban con recelo, porque era un desconocido que llegaba a la casa, quién sabe con qué intenciones.
Pero…
Pero, contrario a lo que le sucedió al Hijo Pródigo, Chepe* llegó con dinero y con una licuadora marca Volmo de tres velocidades para su mamá:
-Pa`que me perdone y haga hartos jugos- – dijo, mostrando sus dientes frontales forrados de oro.
Ya pasado el achante de la llegada, se comenzó a vestir para salir a la calle:
Buscó en la maleta una camisa muy llamativa de color amarillo y figuras asimétricas que saliera con un pantalón verde cogollo de Terlette. Este era asegurado arribita de la ingle por una ancha correa que terminaba en una chapa de metal en forma de calavera, que le había servido para ahuyentar los ladrones, cuando en la Flota Magdalena, de Palacé con Los Huesos, en Medellín lo seguían y la hizo rotar en el aire como una honda, lo que convenció a los fleteros de que se enfrentaban a un arribeño bravero dispuesto a dar la pelea.
Sobre su cuello pendió una cadena de plata con un Cristo grande que se salía de la camisa; y en su muñeca, una manilla esclava hecha por los presos con monedas de un Peso y talladas por ellos mismos contra el piso de la cárcel.
Zapatillas encharoladas y con carramplones para que sonaran cuando comenzara a caminar por las calles del pueblo, completaban su pinta de Camaján.
Pero, lo más pintoresco era el sombrero Barbisio de ala corta, colocado en su cabeza con una gran inclinación hacia la izquierda, que le hacía parecer a un Carlos Gardel, con sus tangos malevos.
Su forma de pararse en las esquinas, haciendo coincidir el empeine del pie derecho cruzado sobre el talón del otro, su mano derecha metida dentro de la parte frontal de la correa, como un maniquí, era característica: todos los movimientos calculados, esperando deslumbrar a alguna parroquiana pobre y aburrida en la casa que quería la fortuna de viajar con alguien de – mucho mundo- y conocedor de sitios sólo imaginados en las novelas de Corín Tellado.
Y así, lo vimos en la esquina de Francisco Guarrús, hasta que, miró su reloj y comenzó a bajar para la plaza, con esa pinta estrambótica y un caminar balanceado y elegante que despertaba la admiración de las mujeres y la envidia de los hombres que no habían salido más allá de El Ramal.
Entró al Salón Granada y, pidió una canequita de aguardiente, sin acatar que en Antioquia simplemente se pedía como una media de guaro.
Era domingo de madres y, él, con un clavel rojo en el bolsillo de la camisa, lloraba borracho, por la mamá, la viejita que aún estaba viva y que había esperado tanto tiempo a que llegara su hijo desagradecido y talvez desventurado.
Al martes siguiente, nuestro Chepe, está a las 5:00 de la mañana en la plaza de Granada, subiéndose nuevamente a la camioneta, con su poncho terciado sobre la garganta y las puntas cayendo sobre su espalda, para tornar al Valle, pues el ambiente que esperaba encontrar después de tantos años de ausencia era otro bien distinto al de la Salsa, Juanchito, del Pandebono o Manjar blanco al que ya se había acostumbrado.
Glosario:
-Arribeño: Apelativo que reciben los que se habían volado o ido de la casa, a trabajar especialmente a municipios de Caldas, Quindío o Risaralda.
-Volarse pa`arriba: Costumbre de muchos jóvenes, casi niños granadinos que se iban de la casa sin previo aviso, especialmente para el Viejo Caldas y el Valle del Cauca.
-Chepe: Nombre ficticio en este relato
-Achante: Pena, incomodidad.
-Percha: La mejor ropa.
-Pinta: Forma particular de vestir.
-Camaján: Personaje pintoresco demasiado arreglado, mas no afeminado, con ademanes de pavo real
-Guaro: Aguardiente.

José Carlos
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Acumular durante años en su memoria historias, consejas, anécdotas, dichos y apodos para luego contarlas en un lenguaje sencillo, amable y humorístico fue una tarea que se impuso José Carlos Tamayo Giraldo hace más de 25 años para acrecentar el amor de sus paisanos hacia su pueblo, Granada.